domingo, 1 de marzo de 2009

El capital: Tomo I - Capitulo VII

CAPITULO VII

LA CUOTA DE PLUSVALIA

1. Grado de explotación de la fuerza de trabajo

La plusvalía que el capital desembolsado C arroja en el proceso de producción, o sea, la valorización del valor del capital desembolsado C, se presenta a primera vista como el remanente del valor del pro­ducto sobre la suma del valor de sus elementos de producción.

El capital C se descompone en dos partes: una suma de dinero, c, invertida en medios de producción, y otra suma de dinero, v, invertida en fuerza de trabajo; c representa la parte de valor con­vertida en capital constante, v, la que se convierte en capital variable. Al comenzar el proceso, C, es, por tanto, = c + v, por ejemplo el capital de 500 libras esterlinas desembolsado = 410 li­bras esterlinas (c) + 90 libras esterlinas (v). Al terminar el proceso de producción, brota una mercancía cuyo valor es = (c + v) + p, representando por p la plusvalía: así, por ejemplo, 410 libras esterlinas (c) + 90 libras esterlinas (v) + 90 libras esterlinas (p). El capital primitivo C se ha convertido en C', de 500 libras esterlinas en 590. La diferencia entre ambas cantidades es = p, repre­senta una plusvalía de 90. Como el valor de los elementos de pro­ducción es igual al valor del capital desembolsado, resulta en realidad un redundancia decir que el remanente del valor del producto sobre el valor de sus elementos de producción equivale a la valorización del capital desembolsado, o sea, a la plusvalía obtenida.

Sin embargo, esta redundancia merece ser analizada un poco dete­nidamente. Lo que se compara con el valor del producto es el valor de los elementos de producción absorbidos para crearlo. Ahora bien; hemos visto que la parte del capital constante empleado que se invierte en medios de trabajo no transfiere al producto más que un fragmento de su valor, mientras que el resto persiste bajo la forma en que existía con anterioridad. Como esta parte no desem­peña ningún papel en el proceso de creación de valor, prescindimos de ella. Nuestros cálculos no variarán en lo más mínimo por tomarla en consideración. Supongamos que c = 410 libras esterlinas re­presenta materias primas por valor de 312 libras esterlinas, ma­terias auxiliares por valor de 44 libras esterlinas y 54 libras ester­linas por la maquinaria que se desgasta en el proceso, asignando a la maquinaria empleada un valor de 1054 libras esterlinas. Como valor desembolsado para crear el del producto, solo incluimos en nuestros cálculos las 54 libras esterlinas que la maquinaria pierde por su funcionamiento y que transfiere, por tanto, al producto. Si incluyésemos en el cálculo las 1000 libras que siguen existiendo bajo su forma anterior, en forma de máquina de vapor, etc., no tendríamos más remedio que poner esta cantidad en ambas columnas, en la del valor desembolsado y en la del valor del producto,1 con lo que obtendríamos, respectivamente, 1500 y 1590 libras esterlinas. La diferencia o plusvalía seguiría siendo, por tanto, de 90 libras esterlinas. Por consiguiente, si otra cosa no se desprende de la posición, entendemos siempre por capital constante desembolsado para la producción del valor, solamente el de los medios de producción absorbidos para producirlo.

Sentado esto, volvemos a la fórmula C = c + v que, al transformarse en C’ = (c + v) + p, transforma a C en C’. Sabemos que el valor del capital constante se limita a reaparecer en el producto. Es decir, que el producto de valor que brota en el proceso como algo realmente nuevo se distingue del valor del producto conservado en ese proceso; por consiguiente, no es, como parece a primera vista, (c + v) + p o, lo que es lo mismo, (410 libras esterlinas (c) + 90 libras esterlinas (v) + 90 libras esterlinas (p), sino v + p, o lo que es lo mismo 90 libras esterlinas; no 590 libras esterlinas sino 180. Si s capital constante, fuese = 0, o, dicho en otros términos, si existiesen ramas de producción en que la capitalista no necesite emplear ningún medio de producción producido, ni materias primas, ni materias auxiliares, ni instrumentos de trabajo, sino simplemente las materias brindadas por la naturaleza y la fuerza de trabajo, no habría porque transferir al producto parte alguna de valor constante. Este elemento de valor del producto, representado en nuestro ejemplo por 410 libras esterlinas, desaparecería, pero el producto de valor de 180 libras esterlinas, con 90 de plusvalía, seguiría teniendo la misma magnitud que si c representase la suma máxima de valor. Tendríamos C = (0 + v) = v, y C’, o sea el capital valorizado, = v + p y C’, exactamente igual que antes, = p. Por el contrario si p, fuese = 0, o, dicho en otros términos si la fuerza de trabajo cuyo valor se desembolsa en el capital variable sólo produjere una equivalente, tendríamos que C = c + v, y C’ (el valor del producto) = (c + v) + 0, y por tanto C = C’. Es decir que el capital desembolsado no habría rendido valor alguno.

Sabemos ya, en efecto que la plusvalía no es más que el resultado de los cambios de valor que se operan en v, es decir, en la parte del capital invertida en fuerza de trabajo; que, por tanto, v + p = v + A v (v más incremento de v ). Lo que ocurre es que los cambios reales de valor y la proporción en que el valor cambia aparecen oscurecidos por el hecho de que, al crecer la parte variable, crece también el capital total desembolsado. De 500 se convierte en 590. Para analizar el proceso en toda su pureza hay que prescindir, pues, de aquella parte del valor del producto en que el valor del capital constante se limita a reaparecer, cifrando por consiguiente en 0 el capital constante y aplicando así una ley matemática que consiste en operar con magnitudes variables y constantes, de tal modo que está sólo se relacionen con aquéllas por medio de una suma o de una sustracción.

Otra dificultad es la que oponen la forma primitiva del capital variable. Así, en nuestro ejemplo anterior, C’ = 410 libras esterlinas capital constante + 90 libras esterlinas capital variable + 90 libras esterlinas plusvalía. Pero, estas 90 libras esterlinas son una magnitud dada, constante, razón por la cual parece incongruente considerarlas como magnitud variable. Sin embargo, las 90 libras esterlinas (v) o 90 libras de capital variable no son aquí, en realidad, más que un símbolo del proceso que recorre este valor. La parte de capital desembolsada para comprar fuerza de trabajo en una cantidad determinada de trabajo materializado; es, por tanto, una magnitud de valor constante, ni más ni menos que el valor de la fuerza de trabajo comprada. Pero, en el proceso de producción, las 90 libras esterlinas desembolsadas ceden el puesto a la fuerza de trabajo puesta en acción, el trabajo muerto cede el puesto al trabajo vivo, una magnitud estática es sustituida por una magnitud dinámica, la magnitud constante se ve desplazada por una magnitud variable. Resultado de esto es la reproducción de v más el incremento de v. Desde el punto de vista de la producción capitalista, todo este proceso no es más que la propia dinámica del valor constante primitivo que se invierte en la fuerza de trabajo. Es a éste a quien se abona en cuenta el proceso y sus frutos. Y si la fórmula de 90 libras esterlinas de capital variable o valor que se valoriza nos parece contradictoria, ella no hace más que reflejar una contradicción inmanente a la producción capitalista.

A primera vista, parecerá extraño que cifremos el capital constante en 0. Y, sin embargo, está operación se está produciendo a cada paso, todos los días. Así, por ejemplo, si queremos calcular lo que gana Inglaterra, con la industria de algodón lo primero que tenemos que hacer es descontar el precio de algodón abonado por ella a los Estados Unidos, a la India, a Egipto, etc., es decir, reducir a 0 el valor del capital que se limita a reaparecer en el valor del producto.

Cierto es que no sólo tiene una gran importancia económica la relación entre la plusvalía y la parte de capital de que brota directamente y cuyos cambios de valor expresa, sino también su relación con el capital total desembolsado. Por eso estudiamos detenidamente esta relación en el libro tercero de nuestra obra. Para valorizar una parte del capital invirtiéndola en fuerza de trabajo, no hay más remedio que invertir otra parte en medios de producción. Para que el capital variable funcione, tiene necesariamente que desembolsarse capital constante en las proporciones adecuadas, según el carácter técnico concreto del proceso de trabajo. Sin embargo, el hecho de que para operar un proceso químico hagan falta retortas y otros recipientes, no quiere decir que no podamos prescindir de estos recipientes en el análisis del proceso. Si se trata de estudiar la creación y los cambios de valor por sí mismos, es decir, en toda su pureza, los medios de producción, o sean, las formas materiales en que toma cuerpo el capital constante, se limitan a suministrarnos la materia en que se plasma la fuerza fluida, creadora de valor; por tanto, la naturaleza de esta materia, sea algodón o hierro, es indiferente. Asimismo es indiferente su valor. Basta con que exista en proporciones suficientes para poder absorber la cantidad de trabajo que ha de desplegarse durante el proceso de producción. Siempre y cuando que esas proporciones existan, su valor puede crecer o disminuir, o puede incluso carecer en absoluto de valor, como la tierra y el mar, sin que ello afecte para nada al proceso de creación del valor y de sus cambios.2

Teniendo en cuenta todo esto, comenzamos reduciendo a 0 el capital constante. De este modo, el capital desembolsado se reduce de c + v a v, y el valor del producto (c + v) + p al producto del valor (v + p). Suponiendo que el producto del valor sea = 180 libras esterlinas, en las que se materializa el trabajo desplegado durante todo el proceso de producción, tendremos que deducir el valor del capital variable = 90 libras esterlinas para obtener la plusvalía = 90 libras esterlinas. La cifra de 90 libras esterlinas = p expresa aquí la magnitud absoluta de la plusvalía creada. Su magnitud proporcional, o sea la proporción en que se ha valorizado el capital variable, depende, evidentemente, de la razón entre la plusvalía y el capital variable, expresándose en la fórmula

p / v.

En nuestro ejemplo anterior será, por tanto, de 90/90 = 100 por 100. Esta valorización proporcional del capital variable o esta magnitud proporcional de la plusvalía es la que yo llamo cuota de plusvalía.3

Veíamos más arriba que, durante una etapa del proceso de trabajo, el obrero se limita a producir el valor de su fuerza de trabajo, es decir, el valor de sus medios de subsistencia. Pero, como se desen­vuelve en un régimen basado en la división social del trabajo, no produce sus medios de subsistencia directamente, sino en forma de una mercancía especial, hilo por ejemplo, es decir, en forma de un valor igual al valor de sus medios de subsistencia o al dinero con que los compra. La parte de la jornada de trabajo dedicada a esto será mayor o menor según el valor normal de sus medios diarios de subsistencia, o, lo que es lo mismo, según el tiempo de trabajo que necesite, un día con otro, para su producción. Si el valor de sus medios diarios de subsistencia viene a representar una media de 6 horas de trabajo materializadas, el obrero deberá trabajar un promedio de 6 horas diarias para producir ese valor. Si no trabajase para el capitalista sino para sí, como productor independiente, tendría forzosa­mente que trabajar, suponiendo que las demás condiciones no variasen, la misma parte alícuota de la jornada, por término medio, para, producir el valor de su fuerza de trabajo, y obteniendo con él los medios de subsistencia necesarios para su propia conservación y repro­ducción. Pero, como durante la parte de la jornada en que produce el valor diario de su fuerza de trabajo, digamos 3 chelines, no hace más que producir un equivalente del valor ya abonado a cambio de ella por el capitalista;4 como por tanto, al crear este nuevo valor, no hace más que reponer el valor del capital variable desembolsado, esta producción de valor presenta el carácter de una mera reproducción. La parte de la jornada de trabajo en que se opera esta reproducción es la que yo llamo tiempo de trabajo necesario, dando el nombre de trabajo necesario al desplegado durante ella.5 Necesario para el obrero, puesto que es independiente de la forma social de su trabajo. Y nece­sario para el capital y su mundo, que no podría existir sin la exis­tencia constante del obrero.

La segunda etapa del proceso de trabajo, en que el obrero rebasa las fronteras del trabajo necesario, le cuesta, evidentemente, trabajo, supone fuerza de trabajo desplegada, pero no crea valor alguno para él. Crea la plusvalía, que sonríe al capitalista con todo el encanto de algo que brotase de la nada. Esta parte de la jornada de trabajo es la que yo llamo tiempo de trabajo excedente, dando el nombre de trabajo excedente (surplus labour) al trabajo desplegado en ella. Y, del mismo modo que para tener conciencia de lo que es el valor en general hay que concebirlo como una simple materialización de tiempo de trabajo, como trabajo materializado pura y simplemente, para tener conciencia de lo que es la plusvalía, se la ha de concebir como una simple materialización de tiempo de trabajo excedente, como trabajo excedente materializado pura y simplemente. Lo único que dis­tingue unos de otros los tipos económicos de sociedad, v. gr. la sociedad de la esclavitud de la del trabajo asalariado, es la forma en que este trabajo excedente le es arrancado al productor inmediato, al obrero.6

Como el valor del capital variable = al valor de la fuerza de trabajo comprada por él, y el valor de ésta determina la parte necesaria de la jornada de trabajo, y a su vez la plusvalía está determinada por la parte restante de esta jornada de trabajo, resulta que la plus­valía guarda con el capital variable la misma relación que el trabajo excedente con el trabajo necesario, por donde la cuota de plusvalía,

p

Trabajo excedente

_________

=

––––––––––––––––––––

V

Trabajo necesario

Ambas razones expresan la misma relación, aunque en distinta forma: la primera en forma de trabajo materia­lizado, la segunda en forma de trabajo fluido.

La cuota de plusvalía es, por tanto, la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital o del obrero por el capitalista .7

En nuestro ejemplo, el valor del producto era = (410 libras esterlinas (c) + 90 libras esterlinas (v) + 90 libras esterlinas (p) ), y el capital desembolsado = 500 libras esterlinas. Como la plusvalía, aquí, es = 90 y el capital desembolsado = 500, procediendo por la vía acos­tumbrada de cálculo llegaríamos al resultado de que la cuota de plus­valía (que se confunde con la cuota de ganancia) es = 18 por 100, porcentaje cuya pequeñez emocionaría a Mr. Carey y a otros armonicistas. Pero, no hay tal. La cuota de plusvalía no

p

p

p

es =

–––

o

–––––

sino =

–––

c

c + v

v

no es, por tanto 90/500, sino 90/90, o sea del 100 por 100, es decir, más del quíntuplo del grado aparente de explotación. Así, pues, aunque no conozcamos, en el caso concreto, la duración absoluta de la jornada de trabajo, ni el periodo del proceso de trabajo (días, semanas, etc.), ni conozcamos tampoco, finalmente, el número de obreros que el capital variable de 90 libras esterlinas pone en acción simultáneamente, la cuota de plusvalía p/v nos revela con toda precisión, por su precisión, por su conversibilidad en

trabajo excedente

––––––––––––––––––

trabajo necesario

la proporción que media entre las dos partes integrantes de la jornada de trabajo. Esta proporción es del 100 por 100. Es decir, que el obrero trabaja la mitad de la jornada para sí y la otra mitad para el capitalista.

El método para calcular la cuota de plusvalía es, pues, concisa­mente expuesto, éste: se toma el valor total del producto y se reduce a cero el valor del capital constante, que no hace más que reaparecer en él. La suma de valor restante es el único producto de valor real­mente creado en el proceso de producción de la mercancía. Fijada la plusvalía, la deducimos de este producto de valor para encontrar el capital variable. Si conociendo éste, deseamos fijar la plusvalía, se procede a la inversa. Encontrados ambos factores, no queda más que la operación final: calcular la relación entre la plusvalía y el capital variable, p / v

A pesar de lo sencillo que es este método, creemos conveniente ilustrar al lector con algunos ejemplos acerca de las ideas que le sirven de base, ideas desacostumbradas para él.

Sea el primer ejemplo el de una hilandería de 10,000 husos “Mule”, que produzcan hilo núm. 32 con algodón americano, fa­bricando una libra de hilo a la semana en cada huso. Supongamos que el desperdicio sea el 6 por 100. Según esto, al cabo de la semana se convertirán 10,600 libras de algodón en 10,000 libras de hilado y 600 libras de desperdicio. En abril de 1871, este algodón se cotiza a 7 3/4 peniques la libra, lo que representa, en números redondos, 342 libras esterlinas para las 10,600 libras de algodón. Los 10,000 husos, incluyendo la maquinaria preparatoria del hilado y la máquina de vapor, salen a 1 libra esterlina por cada huso, o sea 10,000 libras esterlinas en total. Su desgaste se cifra en 10 por 100 = 1,000 libras esterlinas, o sean 20 libras esterlinas semanales. El alquiler de los locales de la fábrica asciende a 300 libras ester­linas, 6 libras por semana. Carbón (a razón de 4 libras por hora y caballo de fuerza, para 100 caballos de fuerza [contador] y 60 horas por semana, incluyendo la calefacción de los locales): 11 toneladas a la semana, a 8 chelines y 6 peniques la tonelada, cuestan en números redondos, 41/2 libras esterlinas semanales; gas, 1 libra esterlina a la semana; aceite, 41/2 libras esterlinas por semana; otras materias auxiliares, 10 libras esterlinas semanales. Como se ve, la parte de valor constante asciende a 378 libras esterlinas por semana. Los salarios se cifran en 52 libras esterlinas semanales. El precio del hilado es de 121/4 peniques la libra, por tanto, 10,000 libras = 510 libras esterlinas; la plusvalía, 510 – 430 = 80 libras esterlinas. Reducimos a 0 la parte del valor constante de las 378 libras ester­linas, porque no interviene para nada en la creación del valor semanal. Queda, pues, un producto semanal de valor de 132 = 52 (v) + 80 (p) libras esterlinas. La cuota de plusvalía es, por tanto de 80/52 =153 11/13 por 100. Suponiendo que la jornada de trabajo sea de diez horas por término medio, obtendremos este resultado: tra­bajo necesario == 3 31/33 horas; trabajo excedente = 6 2 /33 horas.8

Jacob establece, para el año 1815, señalando al trigo un precio de 80 chelines el quarter y una cosecha media de 22 bushels por acre, lo que representa un rendimiento de 11 libras esterlinas por acre, el siguiente cálculo, que si bien es bastante defectuoso, por haber sido compensadas ya en él diferentes partidas, sirve perfectamente para nuestros fines.

Producción de valor por acre

Simiente de trigo

1 libra

9 chel.

Diezmos, plazos, tasas

1 libra

1 chel.

Abono

2 libras

10 chel.

Renta

1 libra

8 chel.

Salarios

3 libras

10 chel.

Ganancia del arrendatario e intereses

1 libra

2 chel.

Total

6 libras

29 chel.

Total

3 libras

11 chel.

Aquí, la plusvalía, siempre partiendo de la premisa de que el precio del producto == su valor, aparece distribuida entre distintas rúbricas: ganancia, intereses, diezmos, etc. Para nosotros, estas rú­bricas son indiferentes. Sumándolas, obtenemos una plusvalía de 3 libras esterlinas y 11 chelines. Las 3 libras esterlinas y 19 che­lines de simiente y abono las reducirnos a cero, como capital cons­tante. Y nos queda un capital variable desembolsado de 3 libras esterlinas y 10 chelines, con el cual se produce un valor nuevo de 3 libras esterlinas y 10 chelines y 3 libras esterlinas y 11 chelines.

p 3 libras esterl. 11 chel.

Por tanto, –– = representa más del 100 por 100. Es decir, que el obrero

v 3 libras esterl. 10 chel.

Invierte más de la mitad de su jornada de trabajo en producir una plusvalía que varias personas se reparten luego con diversos pretextos.9

2. Examen del valor del producto en las partes proporcionales de éste

Volvamos al ejemplo a la luz del cual veíamos cómo se las arregla el capitalista para convertir el dinero en capital. El trabajo necesario de su hilandero representaba 6 horas, el trabajo excedente otras 6; el grado de explotación de la fuerza de trabajo era, por tanto, del 100 por ciento.

El producto de esta jornada de trabajo de doce horas Son 20 libras de hilado, con un valor de 30 chelines. Nada menos que 8/10 de este valor del hilo (24 chelines) están formadas por el valor de los medios de producción absorbidos, valor que se limita a reaparecer en el del producto (20 libras de algodón, 20 chelines; husos, etc., 4 chelines), es decir, constituyen el capital constante. Los 2/10 res­tantes son el valor nuevo de 6 chelines creado durante el proceso de la hilatura, de los cuales la mitad viene a reponer el valor diario adelantado por la fuerza de trabajo, o sea el capital variable, y la otra mitad constituye la plusvalía, representada por 2 chelines. Por tanto, el valor global de las 20 libras de hilo se descompone del modo siguiente:

Valor del hilo, 30 chelines = 24 chelines (c) + 3 chelines (v) + 3 chelines (p)

Como este valor global aparece materializado en el producto global de las 20 libras de hilado, los diversos elementos de valor que lo integran tienen necesariamente que hallarse contenidos también en partes proporcionales del producto.

Sí en 20 libras de hilado se contiene un valor de hilo de 30 chelines, en 8/10 del mismo producto, o sea, en 16 libras de hilo deberán contenerse necesariamente 8/10 de ese valor o de su parte cons­tante, representada por 24 chelines. De las 16 libras, 13 1/3 libras esterlinas representan el valor de la materia prima empleada, o sea, del algodón hilado, cifrado en 20 chelines, y 22/3 libras el valor de las materias auxiliares e instrumentos de trabajo, husos, etc., con­sumidos, valor que asciende a 4 chelines.

Es decir, que si examinamos el producto global de 20 libras de hilado, vemos que 131/3 libras esterlinas representan todo el algodón elaborado, la materia prima del producto global, pero ni un céntimo más. Es cierto que en ellas sólo se contienen l31/2 de algodón, con un valor de l31/2 chelines, pero su valor adicional de 62/3 chelines constituye un equivalente del algodón elaborado para formar las otras 62/3 libras de hilado. Es como si de estas últimas se hubiese escapado el algodón y todo el del producto global se hubiese con­centrado en l31/3 libras. Las restantes no contienen ni un solo átomo del valor de las materias auxiliares e instrumentos de trabajo con­sumidos, ni del valor nuevo creado en el proceso de la hilatura.

Y otro tanto acontece con las otras 22/3 libras de hilado en que se contiene el resto del capital constante (= 4 chelines) : no encierran ni un centavo de valor, fuera del de los instrumentos de trabajo y materias auxiliares consumidos en el producto global de las 20 libras de hilo.

Por tanto, ocho décimas partes del producto, o sean, 16 libras de hilado que, físicamente consideradas, como valor de uso, como hilo, son obra del trabajo del hilandero, ni más ni menos que las partes restantes del producto, no encierran así enfocadas, trabajo alguno de hilatura, ningún trabajo absorbido durante el proceso mismo de hilado. Es como si se hubiesen transformado en hilo sin que nadie las hilase, como si su forma de hilo fuese un puro engaño.

En efecto, cuando el capitalista las vende por 24 chelines con los que vuelve a comprar sus medios de producción, se demuestra que las 16 libras de hilo no son más que algodón, husos, combustible, etc., disfrazados de hilo.

En cambio, los 2/10 restantes del producto, o sean 4 libras de hilado, no representan ahora nada fuera del nuevo valor de 6 che­lines producido en las doce horas del proceso de hilatura. Todo lo que en ellas se encerraba de valor de los medios de trabajo y materias primas empleadas había ido a refugiarse ya en las 16 libras primeras de hilado. El trabajo de hilatura materializado en las 20 libras de hilo se concentra en los 2/10 del producto. Como si el hilandero produjese en el aire 4 libras de hilo, o las crease con algodón y husos existentes por obra de la naturaleza sin intervención del trabajo humano y que, por tanto, no añaden al producto ningún valor.

De estas 4 libras de hilado en que viene a concentrarse todo el producto del valor arrojado por el proceso diario de la hilatura, la mitad no hace más que reponer el valor de la fuerza de trabajo invertida, es decir, el capital variable de 3 chelines; las 2 libras de hilado restante representan exclusivamente la plusvalía de 3 chelines.

Y sí las 12 horas de trabajo del hilandero se materializan en 6 chelines, en el valor de 30 chelines de hilado se materializarán 60 horas de trabajo. Estas se traducen en 20 libras de hilado, de las cuales 8/10 o 16 libras son la materialización de 48 horas de trabajo invertidas antes de comenzar el proceso de la hilatura, o sea, las que representan el trabajo materializado en los medios de producción del hilo, y 2/10, equivalentes a 4 libras, la materialización de las 12 horas de trabajo aplicadas al proceso mismo de la hilatura.

Antes, veíamos que el valor del hilado era igual a la suma del valor nuevo arrojado por su producción y de los valores preexis­tentes en los medios empleados para ésta. Ahora, se nos revela cómo pueden analizarse como partes proporcionales del producto mismo las partes integrantes de su valor, entre las que cabe establecer una diferencia funcional o de concepto.

Este desdoblamiento del producto –o sea, del resultado del proceso de producción– en una cantidad de producto que se limita a materializar el trabajo contenido en los medios de producción o parte constante del capital, otra cantidad que no hace más que re­presentar el trabajo necesario incorporado al proceso de producción, o capital variable, y por fin, una cantidad en la que se condensa el trabajo excedente añadido en el mismo proceso, o sea la plusvalía, es algo tan sencillo como importante, según hemos de ver cuando lo apliquemos a toda una serie de problemas complicados y que están aún sin resolver.

Hace un momento, veíamos en el producto total el fruto definitivo de una jornada de trabajo de doce horas. Mas, podemos también remontarnos a su proceso de origen, sin perjuicio estudiar los productos parciales como partes funcionalmente distintas del producto.

El hilandero produce en doce horas 20 libras de hilo, lo que equivale a 1 2/3 libras de hilo en una hora y a 13 1/3 en 8; es, por tanto, un producto parcial del valor total del algodón hilado durante la jornada de trabajo entera. Siguiendo el mismo cálculo, vemos que el producto parcial de la hora y 36 minutos que viene a continuación equivale a 2 2/3 libras de hilo, representando por tanto el valor de los medios de trabajo consumidos durante las 12 horas de la jornada. En la hora y 12 minutos que viene después, el hilandero produce 2 libras de hilo, equivalentes a 3 chelines, producto de valor igual al del producto íntegro que crea durante 6 horas de trabajo necesario. Finalmente, en las últimas 6/5 horas produce asimismo 2 libras de hilo, cuyo valor es igual a la plusvalía engendrada por media jornada de trabajo excedente. Este cálculo lo hace todos los días el fabricante inglés, diciéndose, por ejemplo, que durante las primeras 8 horas o los 2 /3 de la jornada de trabajo costea su algodón, y así sucesivamente. Como se ve, la fórmula es exacta: en realidad, no es mas que la pri­mera fórmula trasplantada del espacio, en que las diversas partes del producto aparecen plasmadas las unas junto a las otras, al tiempo, donde se suceden en serie. Pero esta fórmula puede ir acompañada también de ideas un tanto bárbaras cuando se trate de cabezas cuyo interés práctico por el proceso de valorización corra parejas con el interés de tergiversar teóricamente este proceso. En estas condiciones, puede haber quien se imagine que nuestro hilandero, por ejemplo, durante las 8 primeras horas de su jornada de trabajo, se limita a pro­ducir o reponer el valor del algodón, en la hora y 36 minutos siguientes el valor de los medios de trabajo absorbidos y en la hora y 12 minutos que vienen a continuación el valor del salario, de tal modo que sólo dedica al patrono, a la producción de plusvalía, la famo­sísima "hora final”. De este modo, se echa sobre los hombros del hilandero el doble milagro de producir el algodón, los husos, la má­quina de vapor, el carbón, el aceite, en el instante mismo en que hila con ellos, convirtiendo una jornada de trabajo de un determinado grado de intensidad en cinco jornadas iguales. En efecto, la produc­ción de la materia prima y de los medios de trabajo reclama, en nuestro ejemplo, 24/6, o sean, 4 jornadas de trabajo de doce horas, siendo necesaria para transformarlos en hilo otra jornada de trabajo igual. Hay un ejemplo histórico famoso que revela la ceguera con que la codicia cree en estos milagros y cómo no falta nunca un sicofante doctrinal que se lo demuestre.

3. La hora final de Senior

Una buena mañana del año 1836, Nassau W. Senior, afanado por su ciencia económica y su brillante estilo, y que era algo así como el Clauren de los economistas ingleses, fue llamado de Oxford a Manchester, para aprender aquí Economía Política en vez de enseñarla en su colegio. Los fabricantes le contrataron para guerrear contra el Factory Act, que acababa de decretarse y contra la campaña de agitación, más ambiciosa todavía, de las diez horas. Con su habi­tual agudeza práctica, los patronos comprendieron que el señor profe­sor “wanted a good deal of finishing” (42) y le trajeron a Manchester para afinarle. Por su parte, el señor profesor estilizó la lección apren­dida de los patronos manchesterianos en un folleto con este titulo: Letters on the Factory Act, as it affets the cotton manufacture. Londres, 1837.

En este folleto, podemos leer, entre otras cosas, las siguientes edificantes líneas.

“Bajo el imperio de la ley actual, ninguna fábrica que emplee obreros menores de 18 años puede trabajar más de 11 1/2 horas al día, o sean 12 horas durante los primeros 5 días de la semana, y 9 el sábado. El siguiente análisis (!) demuestra que en tales fábricas la ganancia neta se deriva toda ella de la hora final. Un fabricante desembolsa 100,000 libras esterlinas: 80,000 libras esterlinas en edificios y maquinaria y 20,000 libras en materias primas y jornales. Suponiendo que el capital gire una vez al año y la ganancia bruta ascienda al 15 por 100, tendremos que el volumen anual de pro­ducción de la fábrica está necesariamente representado por mercancías con un valor de 115,000 libras esterlinas ... Cada una de las 23 medias horas de trabajo produce diariamente 5/115, o sea 1/23 de esas 115,000 libras esterlinas. De estas 23/23 que forman el total de las 115,000 libras esterlinas (constituting the whole 115,000 Pfd. St), 20/23, o sean 100,000 libras esterlinas de las 115,000 se limitan a reponer el capital desembolsado; 1/23, o sean 5,000 libras esterlinas de las 15,000 de ganancia bruta (¡) reponen el desgaste de valor de la fábrica y la maquinaria, y los 2/23 restantes, o lo que es lo mismo, las dos últimas medias horas de cada jornada, producen la ganancia neta del 10 por 100. Por tanto, si, permaneciendo los precios inalte­rables, la fábrica pudiera trabajar 13 horas en lugar de 11 1/2, se conseguiría más que duplicar la ganancia neta con un suplemento de capital de unas 2,600 libras esterlinas. En cambio, reduciendo 1 hora más al día la jornada de trabajo, la ganancia neta desaparecería, y si la reducción fuese de hora y media, desaparecería también la ganancia bruta”.10

¡Y a esto le llama “análisis” el señor profesor! Sí compartía la queja patronal de que el obrero disipa la mejor parte de la jornada en la producción, y por tanto en la reproducción o reposición del valor de los edificios, máquinas, algodón, combustible, etc., holgaba todo análisis. Le bastaba con contestar: Señores, si obligáis a trabajar 10 horas en vez de 111/2, el consumo diario de algodón, maquinaria, etc., descenderá en hora y media, y, suponiendo que todas las demás circunstancias no varíen, ganaréis por un lado lo que perdéis por otro, En lo sucesivo, vuestros obreros trabajarán hora y media menos al día para reproducir o reponer el valor del capital desembolsado. Y si no se fiaba de sus palabras y se creía obligado, como técnico, a entrar en un análisis, lo primero que tenía que hacer, ante un pro­blema cómo éste, que gira todo él en torno a la relación o proporción entre la ganancia neta y la duración de la jornada de trabajo, era

rogar a los señores fabricantes que no involucrasen en abigarrada mescolanza maquinaria y edificios, materias primas y trabajo, sino que se dignasen poner en partidas distintas el capital constante inver­tido en edificios, maquinaria, materias primas, etc., de una parte, y de otra el capital desembolsado para pago de salarios. Y si, hecho esto, resultaba acaso que, según el cálculo patronal, el obrero repro­ducía o reponía en 2 /2 horas de trabajo, o sea en una hora, lo inver­tido en su salario, nuestro hombre podía proseguir su análisis en los siguientes términos:

Según vuestros cálculos, el obrero produce en la penúltima hora su salario y en la última vuestra plusvalía o la ganancia neta. Como en cantidades de tiempo iguales se producen valores iguales, el pro­ducto de la hora penúltima encierra el mismo valor que el de la final. Además, el obrero sólo produce valor en cuanto invierte trabajo, y la cantidad de éste se mide por el tiempo que trabaja. Este es, según nuestros cálculos, de 11 1/2 horas al día. Una parte de estas 11 ½ horas la invierte en producir o reponer su salario, otra parte en producir vuestra ganancia neta. A eso se reduce su jornada de trabajo. Pero como, según los cálculos de que partimos, su salario y la plusvalía por él creada, son valores iguales, es evidente que el obrero produce su salario en 5 3/4 horas, y en otras tantas vuestra plusvalía. Además, como el valor del hilado producido en dos horas es igual a la suma de valor de su salario y de vuestra ganancia neta, este valor del hilado tiene forzosamente que medirse por 11 1/2 horas de trabajo, el producto de la hora penúltima por 5 3/4 horas y el de la última por otras tantas. Aquí, llegamos a un punto un tanto peligroso. ¡Ojo avisor! La penúltima hora de trabajo es una hora de trabajo normal y corriente, como la primera. Ni plus ni moins. (43) ¿Cómo, entonces, puede el hilandero producir en una hora de tra­bajo un valor en hilo que representa 5 3/4 horas de la jornada? No hay tal milagro. El valor de uso que produce el obrero durante una hora de trabajo es una determinada cantidad de hilo. El valor de este hilo tiene su medida en 5 3/4 horas de trabajo, de las cuales 4 3/4 se encierran, sin que él tenga arte ni parte en ello, en los medios de producción consumidos hora por hora, en el algodón, la maquinaria, etc., el resto 4/4 o sea una hora, es lo que él mismo añade. Por tanto, como su salario se produce en 5 3/4 horas y el hilo producido durante una hora de hilado encierra asimismo 5 3/4 horas de trabajo, no es ninguna brujería que el producto de valor de sus 5 3/4 horas de hilado sea igual al producto de valor de una hora de hilatura. Pero, sí creéis que el obrero pierde un solo átomo de tiempo de su jornada de trabajo con la reproducción “reposición” de los valores del algodón, la maquinaria, etc., os equivocáis de medio a medio. El valor del algodón y de los husos pasa automáticamente al hilo por el mero hecho de que el trabajo del obrero convierte en hilo los usos y el algodón, por el mero hecho de hilar. Este fenómeno radica en la calidad de ese trabajo, no en su cantidad. Claro está que en una hora transferirá al hilo más valor de algodón, etc., que en media hora, pero es sencillamente porque en una hora el obrero hila más algodón que en media. Os daréis, pues, cuenta de que cuando decís que en la hora penúltima de la jornada el obrero produce el valor de su salario y en la hora final la ganancia neta, lo que queréis decir es que en el producto–hilo de dos horas de su jornada de trabajo se materializan lo mismo si están al comienzo que sí están al final, 11 1/2 horas de trabajo, exactamente las mismas que componen su jornada entera. Y cuando decís que durante las primeras 5 3/4 horas el obrero produce su salario y durante las 5 3/4 horas finales produce vuestra ganancia neta, no queréis decir más que una cosa, a saber: que sólo le pagáis las 5 3/4 horas primeras, dejándole a deber las res­tantes. Y hablo de pagar el trabajo y no la fuerza de trabajo, para hacerme comprender de vosotros. Comparad, señores míos, la pro­porción entre el tiempo de trabajo que pagáis y el que no pagáis, y veréis que esa proporción es de media y media jornada de trabajo, o sea del 100 por 100, lo que representa un porcentaje bastante lucido. Y no ofrece tampoco ni la más leve duda que sí arrancáis a vuestros obreros 13 horas al día en vez de 11 y media, lo que en vosotros no es por cierto ninguna fantasía, esta hora y media mas va a aumentar la plusvalía arrojada, haciendo que ésta sea de 7 1/4 ho­ras en vez de cinco horas y 3/4 y aumentando la cuota de plusvalía del 100 por 100 al 126 2/23 por 100. Seríais demasiado osados si cre­yérais que, por añadir hora y media a la jornada de trabajo, la cuota de plusvalía va a subir del 100 al 200 por 100 y aún más, “más que a duplicarse”. Y, por el contrario –el corazón humano es algo misterioso, sobre todo cuando ese corazón reside en la bolsa– ­pecáis de excesivamente pesimistas si teméis que, por reducir la jornada de trabajo de 11 horas y media a 10 horas y media, va a malograrse toda vuestra ganancia. Nada de eso. Si todas las demás circunstancias permanecen invariables, la plusvalía no hará más que bajar de 5 ¾ a 4 3/4 horas, lo que supone todavía, por cierto, una cuota de plusvalía bastante aceptable: el 82 14/23 por 100. En el fondo de esa fatal “hora final” en torno a la que habéis tejido más fábulas que los quiliastas en torno al fin del mundo, no hay mas que charlatanería. Su pérdida no os costará la “ganancia neta”, por la que tanto clamáis, ni costará a los niños de ambos sexos explotados por vosotros su “pureza de alma”.11

Cuando real y verdaderamente llegue vuestra horita final”, pensad en el profesor de Oxford. Y ahora, hasta la vista y ojalá que tengamos el gusto de volver a encontrarnos en un mundo mejor.12 El 15 de abril de 1848 James Wilson, uno de los grandes manda­rines de la economía volvía a lanzar, polemizando contra la ley de la jornada de diez horas desde las columnas del London Economist, el trompetazo de la “hora final” descubierta por Senior en 1836.

4. El producto excedente

La parte del producto (1/10 de 20 libras de hilo, o sean 2 libras de hilo, en el ejemplo que poníamos bajo el epígrafe 2) en que se materializa la plusvalía, es lo que llamamos nosotros producto excedente (surplus product, produit net). Y así como la cuota de plus­valía se determina, no por su proporción con la suma total, sino con la parte variable del capital, la magnitud del producto excedente no se mide por la proporción que guarda con el resto del producto total, sino por la que guarda con aquella parte del producto en que toma cuerpo el trabajo necesario. Y como la producción de plusvalía finalidad propulsora de la producción capitalista, el nivel de la riqueza no se gradúa por la magnitud absoluta de lo producido, sino por la magnitud relativa del producto excedente.13

La suma del trabajo necesario y del trabajo excedente, del espacio de tiempo en que el obrero repone el valor de su fuerza de trabajo y aquel en que produce la plusvalía, forma la magnitud absoluta de su tiempo de trabajo, o sea la jornada de trabajo (working day).

Notas al pie del capítulo VII

1. “ Si calculamos el valor del capital fijo invertido como una parte del capital desembolsado, al final del año tendremos que calcular el remanente de valor de este capital como una parte de la renta anual”. (Malthus, Principles of Political Economy, 2° ed. Londres, 1836, p. 269.)

2 Nota a la 2° ed. De suyo se comprende que, como decía Lucrecio, nil posse creari de nihilo. De la nada no sale nada, “crear valor” es convertir en trabajo la fuerza de trabajo. A su vez, la fuerza de trabajo no es, sobre todo, más que un, conjunto de materias naturales plasmadas en forma de organismo humano.

3 En el mismo sentido en que los ingleses hablan de “rate of profits”, “rate of ínterest”, etc. Por el libro III, se verá que la cuota de ganancia es de fácil inteligencia, tan pronto como se conocen las leyes de la plusvalía. Siguiendo el camino inverso, no se comprende ni l’ un ni l’ autre, (ni lo uno ni lo otro).

4 Nota a la 3° ed. El autor se sirve aquí de la terminología económica corriente, Recuérdese que en la p. 136 quedó demostrado que, en realidad, no era el capita­lista el que “adelantaba al obrero”, sino éste al capitalista– F. E.

5 Hasta aquí, en esta obra la frase de "tiempo de trabajo necesario” se ha empleado siempre para designar el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de una mercancía en general. A partir de ahora, la empleamos también para indicar el tiempo de trabajo necesario para la producción de la mercancía específica fuerza de trabajo. El empleo de los mismos términos técnicos con sentidos diferentes es deplorable, pero imposible de evitar en absoluto. No hay más que comparar, por ejemplo, las matemáticas superiores y las elementales.

6 Con una genialidad verdaderamente gottschediana el señor Wilhelm Thuky­dides Roscher descubre que, sí hoy día la creación de plusvalía o de producto exce­dente, y la consiguiente acumulación, se debe al ahorro del capitalista, quien a cam­bio de ello “exige, por ejemplo, sus intereses”, “en las fases más bajas de cul­tura los más débiles son obligados a ahorrar por los más fuertes”. (Die Grundlagen, etc., p. 78.) ¿Ahorrar trabajo, o ahorrar productos sobrantes que no existen? No es sólo su ignorancia real, sino también su miedo apologético a analizar concienzudamente el valor y la plusvalía y a atentar acaso contra las ordenanzas poli­cíacas, lo que lleva a Roscher y consortes a convertir las razones justificativas más o menos plausibles que da el capitalista de su apropiación de la plusvalía existente en las causas de que nace la plusvalía.

7 Nota a la 2° ed. Aunque expresión exacta del grado de explotación de la fuerza del trabajo, la cuota de plusvalía no expresa la magnitud absoluta de la ex­plotación. Así por ejemplo, si el trabajo necesario es = 5 horas y el trabajo exce­dente = 5 horas, el grado de explotación será de 100 por 100. Aquí, la magnitud de la explotación se mide por 5 horas. Pero, sí el trabajo necesario es = 6 horas y el plustrabajo = 6, el grado de explotación de 100 por 100 no habrá variado, a pesar de lo cual la magnitud de la explotación será un 20 por 100 mayor; 6 horas en vez de 5.

8 Nota a la 2° ed. El ejemplo de una hilandería del año 1860, que poníamos en la primera edición, contenía algunos errores de hecho. Los datos absolutamente precisos que se recogen en el texto nos fueron facilitados por un fabricante de Manchester. Adviértase que en Inglaterra los caballos de fuerza antiguos se calcu­laban por el diámetro del cilindro, mientras que los nuevos se calculan según la fuerza real marcada por el contador.

9 Los cálculos aducidos sirven sólo de ilustración. Se parte, en efecto, de la premisa de que los precios son iguales a los valores. En el libro III veremos que esta equiparación no se opera, ni aun respecto a los precios medios, de un modo tan sencillo.

10 Senior, obra cit., pp. 12 y 13. No entraremos a examinar ciertos detalles curiosos indiferentes para nuestro objeto, por ejemplo la afirmación de que los fa­bricantes calculan entre las ganancias brutas o netas, sucias o limpias, la reposición de la maquinaria desgastada, etc.; es decir, una parte integrante del capital. Ni la exactitud o falsedad de las cifras que da este autor. Que estas cifras no valen más que su llamado “análisis” lo han demostrado Leonhard Horner en A letter to Mr. Senior, etc., Londres, 1837. Leonhard Horner, uno de los Factory Inquiry Com­missioners de 1833 e inspector de fábrica –en realidad, censor de fábrica– hasta 1859, ha sabido conquistar méritos inmortales al servicio de la clase obrera in­glesa. No sólo tuvo que luchar durante toda su vida con los fabricantes irritados, sino también con los ministros, a quienes interesaba muchisimo más contar los “votos” de los fabricantes en la Cámara de los Comunes que las horas de trabajo de “sus” obreros en la fábrica.

Adición a la nota anterior. La exposición de Senior es confusa, aun prescin­diendo de la falsedad de su contenido. Lo que él realmente quería decir, era esto: El fabricante utiliza al obrero 11 1/2 o 23/2 horas diarias. El trabajo del año se com­pone, como la jornada suelta de trabajo, de 11 1/2 o 23/2 horas (multiplicadas por el número de días de trabajo que tiene el año). Partiendo de este supuesto, las 23/2 horas de trabajo arrojan un producto anual de 115,000 libras esterlinas; media hora de trabajo produce 1/23 de 115,000 libras esterlinas; 20/2 horas de trabajo producen 20/23 de 115,000 libras esterlinas = 100,000 libras esterlinas, es decir, que no hacen más que reponer el capital desembolsado. Quedan 3/2 horas de trabajo, que producen 3/23 de 115,000 libras esterlinas = 5,000, o lo que es lo mismo, la cantidad estrictamente necesaria para reponer el desgaste de la maquinaria y de la fábrica. las dos últimas medias horas de trabajo, es decir, la hora de trabajo final, produce 2/23 de 115,000 libras esterlinas = 10,000 libras esterlinas, o sea, la ga­nancia neta. En el texto, Senior convierte los últimos 2/23 del producto en partes de la misma jornada de trabajo.

11 Si Senior prueba que “de la última hora de trabajo” dependen la ganancia neta del fabricante, la existencia de la industria algodonera inglesa y la prepo­tencia de Inglaterra en el mercado mundial, el Dr. Andrew Ure prueba, a su vez, que los niños y jóvenes menores de 18 años empleados en las fábricas a quienes no se retiene las 12 horas enteras en la cálida y pura atmósfera del taller, lan­zándolos “una hora” antes al frío y frívolo mundo exterior, ven peligrar la salud de su alma, presa de la holgazanería y del vicio. Desde 1848, los inspectores de fábricas no se cansan de tentar a los fabricantes, en sus “reportssemes­trales, con la “hora última”, con la “hora fatal” He aquí, por ejemplo, lo que dice Mr. Howell, en su informe fabril de 31 de mayo de 1855: “Si el siguiente agudo cálculo (citando a Senior), fuese exacto, no habría en el Reino Unido, desde 1850, una sola fábrica que no hubiese trabajado con pérdidas.” (Reports of the Insp. of Fact, for the half year ending 30th April 1855, pp. 19‑20.) Al aprobarse por el parlamento, en 1848, la ley de las diez horas, los fabricantes accedieron, de buen grado, a una petición formulada por los obreros normales de las hilanderías rurales de lino dispersas entre los condados de Dorset y Somerset, en la que se decía, entre otras cosas: “Vuestros peticionarios, padres de familia, creen que una hora más de descanso no conduciría a más resultado que a la demoraliación de sus hijos, pues el ocio es el origen de todos los vicios.” A propósito de esto, observa el informe fabril de 31 de octubre de 1848: “La at­mósfera de las hilanderías de lino en que trabajan los hijos de estos padres tan sentimentalmente virtuosos está cargada de partículas tan innumerables de polvo y de hebra, que resulta desagradabilísimo permanecer diez minutos en aquellos lo­cales, pues los ojos, los oídos, las narices y la boca se os tupen inmediatamente de borra, sin que haya manera de defenderse de ello. En cuanto al trabajo, éste re­quiere, por la velocidad febril con que funciona la maquinaria, un derroche in­cansable de pericia y de movimientos, vigilados por una atención que no puede decaer ni un momento, y nos parece algo duro que los padres puedan llamar “ha­raganes” a sus propios hijos, encadenados 10 horas enteras, si descontamos lo que invierten en comer, a este trabajo y a esta atmósfera . . Estos muchachos tra­bajan más que los gañanes de las aldeas vecinas ... Hay que anatematizar como el más puro cant y la hipocresía más desvergonzada esos tópicos crueles de “ocio y vicio...” Aquella parte del público que hace unos doce años se sublevaba viendo el aplomo con que se proclamaba, en público y con toda la seriedad del mundo, bajo la sanción de una alta autoridad, que toda la “ganancia neta” del fabricante provenía de la “hora final” y que, por tanto, al reducir la jornada de trabajo en una hora equivaldría a destruir la ganancia neta: aquella parte del público, decimos, no dará crédito a sus ojos cuando vea que, desde entonces, aquel original descu­brimiento acerca de las virtudes de la “hora final” ha hecho tantos progresos, que auna ya los conceptos de “moral” y “ganancia”, puesto que, por lo visto, el limitar a 10 horas completas la jornada de trabajo infantil es tan atentatorio para la moral del niño como para la ganancia neta de sus patronos, por depender ambos de esta última fatal. (“Rep. of Insp. of Fact. 31st Oct. 1848”, p. l0l.) Más adelante, este mismo informe fabril aduce algunas pruebas elocuentes de la “moral” y la “virtud” que inspiran a estos señores fabricantes, de los amaños y los ardides, las tentaciones, las amenazas, los fraudes, etc., que ponen en práctica para conseguir que unos cuantos muchachos completamente desamparados firmen peticiones y escritos que luego ellos hacen pasar ante el parlamento por mensajes de toda una industria y de condados enteros. Es altamente característico, como demostrativo del estado en que se halla actualmente la “ciencia” económica, el hecho de que ni Senior –que más tarde, dicho sea en su honor, había de abogar enérgicamente por la legislación fabril– ni sus primeros y sucesivos contradictores acertasen a poner al descubierto los sofismas de aquel “descubrimiento original”. No sabían más que apelar a la experiencia real. El why y el wherefore (44) permanecían en el misterio.

12 Sin embargo, algo había aprendido el señor profesor en su excursión man­chesteriana. En las Letters on the Factory Act, toda la ganancia neta, el “beneficio”, el “interés”, y hasta something rnore” ¡dependen de una hora de trabajo no re­tribuido del obrero! Un año antes, en sus Outlines of Political Econorny, obra com­puesta a la mayor honra y gloria de los estudiantes de Oxford y de los filisteos instruidos, Senior, refutando la teoría ricardiana de la determinación de valor por el tiempo de trabajo, “descubría” que el beneficio provenía del trabajo del capi­talista y el interés de su ascetismo, de su abstención” . Aunque la patraña era vieja, la palabra encerraba cierta novedad. El señor Roscher la germanizó acertada­mente por “Enthaltung” [abstención]. Pero sus compatriotas, los Wirts, los Schulzes y demás Miquels, menos versados en latín, le dieron cierto aire monacal, traduciéndola por abstinencia

13 “Para un individuo dotado de un capital de 20,000 libras esterlinas que arrojen una ganancia anual de 2,000 sería completamente indiferente que su capital diese empleo a 100 obreros o a 1,000 y que las mercancías producidas se vendiesen por 10,000 libras esterlinas o por 20,000, siempre y cuando que su ga­nancia no fuese nunca ni por ningún concepto inferior a aquella suma. ¿Y no es el mismo el interés real de una nación? Siempre y cuando que sus ingresos netos efectivos, sus rentas y sus ganancias, no se alteren, no tiene la menor importancia que compongan la nación 10 millones de habitantes o 12 (Ricardo, Principles, etc., p. 416.) Antes de que viniese Ricardo, ya ese fanático del plusproducto lla­mado Arthur Young, autor chalatanesco y superficial, cuya fama está en razón inversa a sus méritos, escribía: “¿De qué le serviría a un reino moderno una provincia entera cuyo territorio se cultivase a la antigua usanza romana, por pequeños labra­dores independientes, por muy bien que se cultivase? No tendría ninguna finalidad, fuera de la de procrear hombres (the mere purpose of breeding men), que no cons­tituye de suyo finalidad alguna” (“is a most useless purpose”). Arthur Young, Political Arithmetic, etc. Londres, 1774, p. 47.

Adición a la nota anterior. Es curiosa “la marcada propensión a presentar la riqueza sobrante (net wealth) como algo ventajoso para la clase trabajadora, toda vez que le brinda posibilidades de trabajo. Pero, aun cuando así sea, es evidente que no presta ese servicio por el hecho de ser sobrante”. (Th. Hopkíns, On Rent of Land, etc. Londres, 1828, p. 126.)


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