domingo, 1 de marzo de 2009

El capital: Tomo I - Capitulo VI

CAPITULO VI

CAPITAL CONSTANTE Y CAPITAL VARIABLE

Los diversos factores que entran en el proceso de trabajo no intervienen todos por igual en la formación del valor del producto.

El obrero añade al objeto sobre el que recae el trabajo nuevo valor, incorporándole una determinada cantidad de trabajo, cuales­quiera que el contenido concreto, el fin y el carácter técnico de este trabajo sean.

De otra parte, los valores de los medios de producción absorbidos reaparecen en el producto como partes integrantes de su valor; así, por ejemplo, los valores del algodón y los husos reaparecen en el valor del hilo. Por tanto, el valor de los medios de producción se conserva al transferirse al producto. Esta transferencia se opera al transformarse los medios de producción en producto, es decir, du­rante el proceso de trabajo. Se opera por medio del trabajo. Pero ¿cómo?

El obrero no realiza un trabajo doble al mismo tiempo, de una parte para añadir valor al algodón por medio de su trabajo y de otra parte para conservar su valor anterior, o lo que es lo mismo, para transferir al producto, al hilo, el valor del algodón que fabrica y de los husos con los que lo elabora. Lo que hace es conservar el valor anterior por la simple adición de un valor nuevo. Pero, como la adición de nuevo valor al objeto sobre que trabaja y la conser­vación de los valores anteriores en el producto, son dos resultados perfectamente distintos que el obrero crea en el mismo tiempo, aunque sólo trabaje una vez durante él, es evidente que este doble resultado sólo puede explicarse por el doble carácter del trabajo mismo. Du­rante el mismo tiempo, el trabajo, considerado en uno de sus as­pectos, crea valor, a la par que, considerado en el otro aspecto conserva o transfiere un valor ya creado.

Ahora bien, ¿cómo incorpora el obrero tiempo de trabajo, y por tanto valor? Siempre única y exclusivamente bajo la forma de su trabajo productivo peculiar. El hilandero sólo incorpora tiempo de trabajo hilando, el tejedor tejiendo, el herrero forjando. Esta forma apta para un fin en que el obrero incorpora a una materia trabajo en general, y por tanto nuevo valor, el hilar, el tejer, el forjar, convierte a los medios de producción, el algodón y los husos, el hilo y el telar, el hierro y el yunque, en elementos integrantes de un producto, de un nuevo valor de uso.' La forma anterior de su valor de uso desaparece, pero es para incorporarse a una nueva forma de valor de uso. Y, al analizar el proceso de creación de valor, veíamos que siempre que un valor de uso se consume racio­nalmente para producir un nuevo valor de uso, el tiempo de trabajo necesario es, por tanto, un tiempo de trabajo transferido de los medios de producción desgastados al nuevo producto. Por tanto, el obrero no conserva los valores de los medios de producción des­gastados, o lo que es lo mismo, no los transfiere como elementos de valor al producto, incorporándoles trabajo abstracto, sino por el carácter útil concreto, por la forma específica productiva del trabajo que incorpora. Es su trabajo productivo racional, el hilar, el tejer, el forjar, el que con su simple contacto hace resucitar a los medios de producción de entre los muertos, les infunde vida como factores del proceso del trabajo y los combina, hasta formar con ellos pro­ductos.

Si el trabajo específico, productivo, del obrero no fuese hilar, no transformaría el algodón en hilo, ni por tanto transferiría a éste los valores del algodón y de los husos. Y sí el obrero cambia de oficio y se hace carpintero, seguirá añadiendo valor a su material con cada jornada de trabajo. Lo que, por tanto, añade valor es su trabajo, pero no el trabajo del hilandero o del carpintero, sino el trabajo social, abstracto, general, y sí este trabajo añade una determinada magnitud de valor, no es porque tenga un carácter útil especifico, sino porque dura un determinado tiempo. Por tanto, en su aspecto abstracto, general, considerado como aplicación de la fuerza humana de trabajo sin más, el trabajo del hilandero añade nuevo valor a los valores del algodón y de los husos, y en su aspecto con­creto, específico, útil, enfocado como proceso de hilar, transfiere el valor de estos medios de producción al producto, conservando así en éste su valor. Así se explica el doble carácter del resultado del trabajo obtenido durante el mismo tiempo.

La simple incorporación cuantitativa del trabajo añade nuevo valor; la calidad del trabajo incorporado conserva en el producto los valores que ya poseían los medios de producción. Este doble efecto del mismo trabajo, proveniente de su doble carácter, se revela de un modo palpable en una serie de fenómenos.

Supongamos que un invento cualquiera permite al hilandero hilar en seis horas la misma cantidad de algodón para la que antes nece­sitaba treinta y seis. Considerada como actividad útil encaminada a un fin, como actividad productiva, su trabajo sextuplica su potencia. Ahora, su producto es seis veces mayor: 36 libras de hilado en vez de seis. Pero estas 36 libras de hilado sólo absorben el tiempo de trabajo que antes absorbían seis. Se les incorpora seis veces menos trabajo nuevo que con el método antiguo, y por tanto sólo se les añade una sexta parte del valor anterior. Mas, por otra parte, el nuevo producto, las 36 libras de hilado siguen encerrando el valor sextuplicado del algodón. Las seis horas de trabajo del hilandero conservan y transfieren al producto un valor seis veces mayor de materia prima, a pesar de que a esta materia prima se incorpora un valor nuevo seis veces menor. Esto demuestra que el carácter del trabajo como conservador de valores durante el mismo proceso indi­visible es sustancialmente distinto de su carácter como fuente de nuevo valor. Cuanto mayor es el tiempo de trabajo necesario absor­bido durante la operación de hilado por la misma cantidad de al­godón, tanto mayor también el valor nuevo que al algodón se añade; en cambio, a medida que aumentan las libras de algodón que se hilan durante el mismo tiempo de trabajo, aumenta también el valor antiguo conservado en el producto.

Si las condiciones técnicas del proceso de hilado no se alteran, ni se opera tampoco ningún cambio de valor en los medios de pro­ducción, el hilandero seguirá consumiendo durante el mismo tiempo de trabajo cantidades iguales de materia prima y maquinaria por un valor igual. En este caso, el valor que conserve en el producto estará en razón directa al nuevo valor que le añada. En dos semanas añadirá al producto doble de trabajo, y por tanto doble de valor que en una, y al mismo tiempo consumirá el doble de material, con el doble de valor, y desgastará dos veces más maquinaria y dos veces más valor que para el producto de una semana; en el producto de dos semanas, conservará por tanto el doble de valor que en el producto de una. Permaneciendo invariables las condiciones de pro­ducción dadas, el obrero conservará tanto más valor cuanto mayor valor incorpore, pero no conservará más valor porque incorpore más valor, sino porque lo incorpora bajo condiciones invariables e inde­pendientes de su propio trabajo.

Cierto es que, en un sentido relativo, puede decirse que el obrero conserva siempre los valores creados en la misma proporción en que añade nuevo valor. Si el valor del algodón sube de 1 chelín a 2 chelines o baja a 6 peniques, en el producto de una hora de trabajo, el obrero sólo conservará la mitad de valor del algodón que en dos horas, por mucho que ese valor cambie. Y lo mismo si varía el rendimiento de su trabajo, aumentando o disminuyendo; en una hora de trabajo, supongamos, el obrero podrá hilar una cantidad mayor o menor de algodón que antes, y por tanto conservar en el producto de esa hora de trabajo una semana mayor o menor de valor, según la cantidad de algodón hilado. Pero, es evidente que en dos horas de trabajo conservará el doble de valor que en una.

Si prescindimos de la representación puramente simbólica de los signos de valor, el valor sólo existe encarnado en valores de uso, en objetos. (El mismo hombre, considerado simplemente como encarnación de la fuerza de trabajo, es un objeto natural, un objeto material, aunque vivo y con una conciencia propia, y el trabajo la manifestación material de aquella fuerza). Por tanto, al perderse el valor de uso, se pierde también el valor encarnado en él. Los medios de producción no pierden su valor al perder el valor de uso, porque si el proceso de trabajo destruye la forma primitiva de su valor de uso es simplemente para infundirles en el producto la forma de un valor de uso nuevo. Y para el valor es importantísimo existir en un valor de uso, pero le tiene sin cuidado, como demuestra la metamorfosis de las mercancías, el valor de uso que sea. De donde se sigue que, en el proceso de trabajo, el valor de los medios de producción sólo se transfiere al producto en la medida en que los medios de producción pierden, al mismo tiempo que su valor de uso propio, su valor de cambio. Al producto sólo pasa el valor que los medios de producción pierden como tales medios de producción. Y los factores materiales del proceso de trabajo no se comportan todos idénticamente en este respecto.

El carbón que se quema en la máquina desaparece sin dejar rastro, al igual que el aceite con que se engrasan las bielas. Los colorantes y otras materias auxiliares desaparecen también, pero se manifiestan en las cualidades del producto. Las materias primas forman la sustancia del producto, aunque cambiando de forma. Ma­terias primas y materias auxiliares pierden, por tanto, la forma independiente con que entran, como valores de uso en el proceso de trabajo. No acontece así con los medios de trabajo en sentido es­tricto. Un instrumento, una máquina, un edificio fabril, un reci­piente, etc., sólo prestan servicio en el proceso de trabajo mientras conservan su forma primitiva, y mañana vuelven a presentarse en el proceso de trabajo bajo la misma forma que tenían ayer. Conservan su forma independiente frente al producto lo mismo en vida, durante el proceso de trabajo, que después de muertos. Los cadáveres de las máquinas, herramientas, edificios fabriles, etcétera no se confunden jamás con los productos que contribuyen a crear. Si recorremos todo el período durante el cual presta servicio uno de estos medios de trabajo, desde el día en que llega al taller hasta el día en que se le arroja, inservible ya, al montón de chatarra, veremos que a lo largo de este período su valor de uso es absorbido íntegramente por su trabajo y su valor de cambio se transfiere por tanto, íntegramente también, al producto. Sí por ejemplo, una máquina de hilar tiene 10 años de vida, su valor total pasará al producto decenal durante un proceso de 10 años. El plazo de vida de un medio de trabajo contiene, por tanto, una serie más o menos numerosa de procesos de trabajo constantemente renovados con él. A los medios de trabajo les ocurre como a los hombres. Todo hombre muere 24 horas al cabo del día. Sin embargo, el aspecto de una persona no nos dice nunca con exactitud cuántos días de vida le va restando ya la muerte. Lo cual no impide a las compañías de seguros de vida establecer cálculos acerca de la vida medía del hombre, sacando de ellos con­clusiones bastante de fiar, y sobre todo bastante provechosas. Pues lo mismo ocurre con los medios de trabajo. La experiencia enseña cuánto tiempo vive, por término medio, un medio de trabajo, v. gr. una máquina de determinada clase. Supongamos que el valor de uso. de esta máquina, en el proceso de trabajo, no dura más que 6 días. Cada día de trabajo supondrá para ella, por término medio, la pér­dida de 1/6, de su valor de uso, o lo que es lo mismo, cada día que trabaje transferirá al producto 1/6 de su valor. Así es como se calcula el desgaste de todos los medios de trabajo, v. gr. el valor de uso que diariamente pierden y el valor que, por tanto, transfieren diariamente al producto.

Esto demuestra palmariamente que un medio de producción no puede jamás transferir al producto más valor que el que pierde en el proceso de trabajo, al destruirse su propio valor de uso. Si no tuviese valor alguno que perder, es decir, si él mismo no fuese, a su vez, producto del trabajo humano, no transferiría al producto ningún valor. Contribuiría a crear un valor de uso sin intervenir en la creación de un valor de cambio. Tal es lo que acontece, en efecto, con todos los medios de producción que brinda la naturaleza sin que medie la mano del hombre: la tierra, el aire, el agua, el hierro nativo, la madera de una selva virgen, etc.

Otro interesante fenómeno se nos presenta aquí. Supongamos que una máquina valga 1000 libras esterlinas y tenga 1000 días de vida. Ello querrá decir que cada día que funcione transferirá a su producto diario 1/1000 de su valor. Pero, aunque su fuerza vital dismi­nuya, la máquina seguirá actuando en conjunto en el proceso de trabajo. Tenemos, pues, aquí un factor del proceso de trabajo, un medio de producción, que es totalmente absorbido por el proceso de trabajo, pero que sólo desaparece en parte en el proceso de valori­zación.. La diferencia existente entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización se refleja aquí en sus factores materiales, puesto que el mismo medio de producción, considerado como elemento del pro­ceso de trabajo cuenta íntegramente, y en cuanto elemento del pro­ceso de creación de valor sólo cuenta fragmentariamente en el mismo proceso de producción.2

Y puede también ocurrir lo contrario, es decir, que un medio de producción sea íntegramente absorbido por el proceso de valoriza­ción y sólo intervenga fragmentariamente en el proceso de trabajo. Supongamos que, al hilar el algodón, de cada 115 libras diarias haya 15 que no dan hilo, sino devil’s dust [desperdicio]. A pesar de ello, sí este desperdicio del 15 por ciento es normal, inseparable de la elaboración media del algodón, el valor de las 15 libras de algodón perdidas se transfiere al valor del hilo, ni más ni menos que el valor de las 100 libras que forman su sustancia. Para fabricar 100 libras de hilo, no hay más remedio que sacrificar el valor de uso de las 15 libras de algodón que se desperdician. La pérdida de este algodón es una de tantas condiciones de producción del hilo. Por eso su valor se transfiere al de éste. Y lo mismo ocurre con todos los excrementos del proceso de trabajo, a lo menos en la medida en que forman nuevos medios de producción, y por tanto nuevos va­lores de uso independientes. Así por ejemplo, en las grandes fábricas de maquinaria de Manchester se ven montañas de hierro de desecho, removidas como virutas de madera por unas cuantas máquinas ciclópeas y transportadas por la noche, en grandes carros, de la fábrica a la fundición, para volver al día siguiente de la fundición a la fábrica convertidas en hierro fundido.

Los medios de producción sólo transfieren un valor a la nueva forma del producto en la medida en que, durante el proceso de tra­bajo, pierden valor bajo la forma de su antiguo valor de uso. El máximo de pérdida de valor que en el proceso de trabajo pueden experimentar está limitado, evidentemente, por la magnitud primitiva de valor con que entran en el proceso de trabajo o por el tiempo de trabajo necesario para su propia producción. Por tanto, los medios de producción no pueden jamás añadir al producto más valor que el que ellos mismos poseen independientemente del proceso de trabajo al que sirven. Por útil que sea un material, una máquina, un medio de producción, si ha costado 150 libras esterlinas, 500 días de trabajo supongamos, no añadirá nunca más de 150 libras esterlinas al producto total que contribuye a crear. Su valor depende, no del proceso de trabajo que alimenta como medio de producción, sino del proceso de trabajo del que brota como producto. En el proceso de trabajo sólo actúa como valor de uso, como objeto dotado de ciertas propiedades útiles, y no transferiría al producto ningún valor sí él mismo no hubiera tenido ninguno antes de incorporarse a este proceso.3

El trabajo productivo, al transformar los medios de producción en elementos creadores de un nuevo producto, opera con su valor una especie de transmigración de las almas. Este transmigra del cuerpo absorbido por el proceso de trabajo a una nueva envoltura corporal. Pero, esta transmigración de las almas se opera en cierto modo a espaldas del trabajo real. El obrero no puede incorporar nuevo trabajo, ni por tanto crear valor, sino conservar los valores ya creados, pues tiene necesariamente que incorporar su trabajo, siempre, bajo una forma útil determinada, y no puede incorporarlo bajo una forma útil sin convertir ciertos productos en medios de producción de otros nuevos, transfiriendo con ello a éstos su valor. El conservar valor añadiendo valor es, pues, un don natural de la fuerza de trabajo puesta en acción, de la fuerza de trabajo viva, un don natural que al obrero no le cuesta nada y al capitalista le rinde mucho, pues supone para él la conservación del valor de su capital.4 Mientras los negocios marchan bien, el capitalista está demasiado abstraído con la obtención de ganancias para parar mientes en este regalo del tra­bajo. Tienen que venir las interrupciones violentas del trabajo, las crisis, a ponérselo de manifiesto de un modo palpable.5

Lo que se consume en los medios de producción es su valor de uso, cuyo consumo hace que el trabajo cree productos. Su valor no se consume realmente,6 ni puede, por tanto, reproducirse. Lo que hace es conservarse, pero no porque sufra operación de ninguna clase en el proceso de trabajo, sino porque el valor de uso en que existía anteriormente desaparece para transformarse en otro distinto. Por tanto, el valor de los medios de producción reaparece en el valor del producto, pero no se reproduce, hablando en términos estrictos. Lo que se produce es un nuevo valor de uso, en el que reaparece el valor de cambio anterior.7

Otra cosa acontece con el factor subjetivo del proceso de trabajo, con la fuerza de trabajo puesta en acción. Mientras que por su forma útil, encaminada a un fin, el trabajo transfiere al producto el valor de los medios de producción y lo conserva, cada momento de su dinámica crea valor adicional, nuevo valor. Supongamos que el pro­ceso de producción se interrumpe en el punto en que el obrero produce un equivalente del valor de su fuerza propia de trabajo, en que, por ejemplo, después de seis horas de trabajo, crea un valor de 3 chelines. Este valor forma el remanente del valor del producto sobre la parte integrante que se debe al valor de los medios de producción. Es el único valor original que ha brotado dentro de este proceso, la única parte de valor del producto creada por el propio proceso. Claro está que este valor no hace más que reponer el dinero adelantado por el capitalista al comprar la fuerza de trabajo e invertido por el obrero en adquirir medios de vida. En relación con los 3 chelines desem­bolsados, el nuevo valor de 3 chelines parece una simple reproducción. Pero es una reproducción real y no aparente, como la del valor de los medios de producción. Aquí, la sustitución de un valor por otro se opera mediante una creación de nuevo valor.

Sabemos, sin embargo, que el proceso de trabajo se remonta sobre el punto en que reproduce y añade al objeto sobre que recae un simple equivalente del valor de la fuerza de trabajo. En vez de las seis horas que bastan para eso, el proceso de trabajo dura, por ejemplo, doce horas. Por tanto, la fuerza de trabajo puesta en acción no se limita a reproducir su propio valor, sino que produce un valor nuevo. Esta plusvalía forma el remanente del valor del producto sobre el valor de los factores del producto consumidos, es decir, los medios de producción y la fuerza de trabajo.

Al exponer las diversas funciones que desempeñan en la for­mación del valor del producto los diversos factores del proceso de trabajo, lo que hemos hecho en realidad ha sido definir las funciones de las diversas partes integrantes del capital en su propio proceso de valorización. El remanente del valor total del producto sobre la suma de valor de sus elementos integrantes es el remanente del capital valorizado sobre el valor primitivo del capital desembolsado. Los medios de producción, de una parte, y de otra la fuerza de trabajo no son más que dos diversas modalidades de existencia que el valor ori­ginario del capital reviste al desnudarse de su forma de dinero para transformarse en los dos factores del proceso de trabajo.

Como vemos, la parte de capital que se invierte en medios de producción, es decir, materias primas, materias auxiliares e instru­mentos de trabajo, no cambia de magnitud de valor en el proceso de producción. Teniendo esto en cuenta, le doy el nombre de parte constante del capital, o más concisamente, capital constante.

En cambio, la parte de capital que se invierte en fuerza de trabajo cambia de valor en el proceso de producción. Además de repro­ducir su propia equivalencia, crea un remanente, la plusvalía, que puede también variar, siendo más grande o más pequeño. Esta parte del capital se convierte constantemente de magnitud constante en variable. Por eso le doy el nombre de parte variable del capital, o más concisamente, capital variable. Las mismas partes integrantes del capital que desde el punto de vista del proceso de trabajo distinguíamos como factores objetivos y subjetivos, medios de producción y fuerza de trabajo, son las que desde el punto de vista del proceso de valorización se distinguen en capital constante y capital variable.

El concepto del capital constante no excluye, ni mucho menos, la posibilidad de una revolución en el valor de los elementos que lo integran. Supongamos que la libra de algodón cuesta hoy 6 peniques y que mañana a consecuencia de la mala cosecha, sube hasta un chelín. El algodón viejo que continúa elaborándose añade al pro­ducto un valor de un chelín, a pesar de haberse comprado a razón de 6 peniques. Y lo mismo ocurre con el algodón ya elaborado, que puede incluso circular en el mercado convertido en hilo: añade también al producto el doble de su primitivo valor. Vemos, sin embargo, que estas alteraciones de valor son independientes de la valorización del algodón en el mismo proceso del hilado. El algodón viejo podría revenderse a 1 chelín en vez de a 6 peniques, aun sin necesidad de que el proceso de trabajo se hubiese iniciado siquiera. Más aún; cuanto menos procesos de trabajo haya recorrido, tanto mas seguro será este resultado. Por eso, ante estas revoluciones de valor, es una ley de la especulación especular sobre las materias primas lo más en bruto posible, sobre hilo mejor que sobre telas, y sobre algodón mejor que sobre hilo. Aquí, el cambio de valor brota en el proceso que produce el algodón, pero no en el proceso en que éste funciona como medio de producción, y por tanto como capital constante. Cierto es que el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo contenido en ella, pero, a su vez, esta can­tidad está socialmente determinada. Sí varía el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción –la misma cantidad de algodón, por ejemplo, representa una cantidad mayor o menor de trabajo, según la buena o mala cosecha–, este cambio repercute sobre las viejas mercancías, consideradas siempre como ejemplares sueltos de su género8 y cuyo valor se mide en todo momento por el trabajo socialmente necesario, sin que por tanto puedan perderse nunca de vista al determinar éste, las condiciones sociales del momento.

Al igual que ocurre con el valor de las materias primas, también el valor de los medios de trabajo, maquinaria, etc., empleados en el proceso de producción, puede cambiar, cambiando también, por tanto, la parte del valor que transfieren al producto. Así por ejem­plo, si, gracias a un nuevo invento, se llega a reproducir con menor costo maquinaria de la misma clase, la maquinaria antigua resultará más o menos depreciada y transferirá, por tanto, al producto una parte relativamente más pequeña de valor. Pero aquí, el cambio de valor brota también al margen del proceso de producción en que la máquina funciona como medio productivo. Dentro de este proceso, la máquina no puede jamás transferir más valor que el que ella misma posee independientemente de él.

Y del mismo modo que los cambios sobrevenidos en el valor de los medios de producción, aunque puedan repercutir cuando se dan después de incorporarse al proceso de trabajo, no hacen cambiar su carácter de capital constante, los cambios que puedan surgir en cuanto a la proporción entre capital constante y capital variable, no alteran tampoco su diferencia funcional. Puede ocurrir, por ejemplo, que las condiciones técnicas del proceso de trabajo se transformen tan radicalmente, que donde antes hacían falta 10 obreros, manejando 10 instrumentos de escaso valor para elaborar una masa relativa­mente pequeña de materia prima, ahora un solo obrero, pertrechado con una máquina cara, elabore cien veces más material. En este ejemplo, el capital constante, o sea, la masa de valor de los medios de producción empleados, crece extraordinariamente, mientras diminuye en proporciones también extraordinarias la parte variable del capital, la invertida en fuerza de trabajo. Sin embargo, este cambio sólo viene a alterar la proporción de magnitudes entre el capital constante y el variable, la proporción en que el capital total se distribuye en capital constante y en capital variable, pero sin hacer cambiar en lo más mínimo la diferencia entre los dos factores.

Notas al pie del Capítulo VI

1 El trabajo crea un nuevo producto, que viene a ocupar el lugar de otro el cual se destruye (An Essay on the Political Econorny of Nations, Londres, 1821, p. 13).

2 Aquí no nos referimos a las reparaciones de los instrumentos de trabajo, máquinas, edificios, etc. Una máquina en reparación no funciona como instrumento de trabajo, sino como material de trabajo. No es la máquina la que trabaja, sino que se trabaja en ella, para restaurar su valor de uso. Para nuestros fines, estos trabajos de reparación deben considerarse incluidos siempre en el trabajo necesario para la producción del instrumento de trabajo de que se trata. En el texto nos referimos a ese desgaste que ningún médico puede curar y que acarrea poco a poco la muerte. a esa clase de desgaste que no es posible restaurar de tiempo en tiempo y que acaba poniendo, por ejemplo, a un cuchillo en un estado en que el cuchillero dice que no vale ya la pena de cambiarle la hoja. Más arriba, hemos visto que una máquina, por ejemplo, entre íntegramente en cada proceso aislado de trabajo, pero sólo entra de un modo fragmentario en el proceso de valorización que se desarrolla simultáneamente con éste. Júzguese por esto la siguiente confusión de conceptos: “Ricardo habla de la cantidad de trabajo invertida por un constructor de maqui­naria en la fabricación de una máquina de medias” como de un trabajo contenido por ejemplo, en el valor de un par de medias. “Sin embargo, la totalidad del tra­bajo que produce cada par de medias... incluye todo el trabajo del constructor de maquinaria y no sólo una parte de él, pues si una máquina hace muchos pares de medias, sin la existencia de esta máquina en su integridad no podría fabricarse ni un solo par” (Observations on certain verbal disputes in Polilical Economy par­ticularly relating to Value, and to Demand and Supply, Londres, 1821, p. 54.)

El autor de esta obra, un “wiseacre” [sabihondo] increíblemente jactancioso, sólo tiene razón, al incurrir en esta confusión y, por tanto, al plantear esta polémica, en el sentido de que ni Ricardo ni ningún otro economista antes o después de él distingue con precisión los dos aspectos del trabajo, ni mucho menos analiza la diversa función de ambos en el proceso de creación de valor.

3 Júzguese, pues, de la necedad de ese insustancial J. B. Say, cuando quierededucir la plusvalía (interés, ganancias, renta) de las services productives que los medios de producción, la tierra. los instrumentos, el cuero, etc. prestan, con sus valores de uso, en el proceso de trabajo. El señor Wilhelm Roscher, atento siempre a registrar las amables ocurrencias apologéticas, exclama: “J. B. Say, Traité, t. I. cap. 4, observa muy acertadamente ”que “el valor producido por un molino de aceite, después de deducir todos los gastos, es un valor nuevo sustancialmente dis­tinto del trabajo que creó el propio molino de aceite”. (Die Grundlagen der Nationalokonomie,ed., 1850, p. 82. nota.) ¡Muy acertadamente! ¡El “aceite” producido por el molino es algo sustancialmente distinto del trabajo que ha fabri­cado éste! El señor Roscher entiende por “valor” cosas como el “aceite” puesto que el “aceite” tiene valor y “la naturaleza” nos brinda aceite mineral, aunque no “mu­cho” relativamente; consideración en la que seguramente descansa también, este otro pensamiento suyo: “(la naturaleza) no produce casi nunca valores de cambio­” (p. 79). A la naturaleza del señor Roscher le pasa con el valor de cambio lo que a aquella moza tonta con el niño: ¡era “tan pequeñito”! Este mismo sabio (“savant serieux”) apunta, a propósito del problema anterior: “La escuela de Ricardo suele también englobar el capital bajo el concepto de trabajo, corno “trabajo acu­mulado”. Esto es desacertado (¡) ya que (!) el poseedor (¡) del capital (!) hace indudablemente (!) algo más (!) que producir (?) y (??) conservar simplemen­te (?!) el mismo (?qué mismo?), a saber ( ? ! ?): abstenerse de su propio disfrute cambio de lo cual reclama, por ejemplo ( ¡ ¡ ¡ ), los intereses (obra cit.) ¡Cuán “acertado” es este método automático–fisiológico de economia política, que se las arregla para deducir el concepto del “valor” de los simples “deseos!

4 “De todos los instrumentos de que se vale el agricultor, el trabajo del hombre es ... aquél a que más se ve obligado a recurrir para reponer su capital. Los otros dos – ganado con que trabaja y los cirros, arados, aperos, etc.– ­no son nada sin una cierta cantidad del primero.” (Edmund Burke, Thoughts and Details on Scarcity, originally presented to the Rt. Hon. W. Pitt in The Month of November, 1795, ed. Londres, 1800, p. 10.)

5. En el “Times” de 26 de noviembre de 1872, un fabricante cuya hilan­dería emplea 800 obreros y consume semanalmente un promedio de 150 balas de algodón indio, o unas 130 balas de algodón americano, llora al público lo que le cuesta al año tener parada su fábrica. El cifra estos gastos en 6000 libras esterlinas. Entre estos quebrantos aparece una serie de partidas que aquí no nos interesan nada, como son la renta del suelo, los impuestos, primas de seguros, salarios a obreros contratados por años, sueldos de manager, contables, ingenieros, etc. Además, pone en cuenta 150 libras esterlinas de carbón para calentar la fábrica de vez en cuando y echar a andar alguna vez la máquina de vapor, y los jornales abonados a los obre­ros que impiden que la maquinaria se inutilice, trabajando de tiempo en tiempo. Finalmente, calcula 1200 libras esterlinas por deterioro de maquinaria, ya que “el tiempo y la ley natural de la decadencia no suspenden sus efectos porque la má­quina de vapor deje de rodar”. Y apunta expresamente que si esta suma de 1200 libras esterlinas es tan reducida, se debe a que la maquinaria se encuentra ya en un estado de desgaste considerable.

6. “Consumo productivo: allí donde el consumo de una mercancía forma parte del proceso de producción... En casos tales, no se da consumo alguno de valor.”(S. P. Newman, Elements of Political Economy, p. 296.)

7. En un manual norteamericano, del que tal vez se habrán hecho 20 edicio­nes, leemos: “No interesa saber en qué forma reaparece el capital.” Y, después de una elocuente enumeración de todos los ingredientes que pueden entrar en la pro­ducción y cuyo valor reaparece en el producto, dice: “Del mismo modo se transfor­man las diversas clases de alimento, vestido y techo necesarias para la existencia y comodidad del hombre. Se reúnen y acumulan de tiempo en tiempo, y su valor reaparece en las nuevas fuerzas que infunden al cuerpo y al espíritu del hombre, formando así un nuevo capital que vuelve a aplicarse en el proceso de producción.” (F. Wayland, Elements of Politícal Economy, pp. 31 y 32.) Prescindiendo de algunas otras singularidades. no creemos que sea, por ejemplo, el precio del pan el que reaparezca en forma de nuevas formas infundidas al hombre, sino sus sustancias alimenticias. Y lo que reaparece como valor de esas fuerzas no son pre­cisamente los víveres mismos, sino su valor. Si estos víveres sólo cuestan la mitad, producirán exactamente la misma cantidad de músculos, de huesos, etc., en suma la misma fuerza, pero no una fuerza del mismo valor. Claro está que este trueque de “valor” y “fuerza” y toda esta farisaica vaguedad no persigue más designio que encubrir el intento, inútil por lo demás, de explicar la plusvalía por la simple reapa­rición de los valores desembolsados

8 “Los productos de una misma clase forman todos, en realidad, una sola masa, cuyo precio se determina con carácter general y sin atender a las circunstancias específicas”. (Le Trosne, De l’intéret social, p. 893.)



No hay comentarios:

Publicar un comentario