CAPITULO VII
LA CUOTA DE PLUSVALIA
1. Grado de explotación de la fuerza de trabajo
La plusvalía que el capital desembolsado C arroja en el proceso de producción, o sea, la valorización del valor del capital desembolsado C, se presenta a primera vista como el remanente del valor del producto sobre la suma del valor de sus elementos de producción.
El capital C se descompone en dos partes: una suma de dinero, c, invertida en medios de producción, y otra suma de dinero, v, invertida en fuerza de trabajo; c representa la parte de valor convertida en capital constante, v, la que se convierte en capital variable. Al comenzar el proceso, C, es, por tanto, = c + v, por ejemplo el capital de
Sin embargo, esta redundancia merece ser analizada un poco detenidamente. Lo que se compara con el valor del producto es el valor de los elementos de producción absorbidos para crearlo. Ahora bien; hemos visto que la parte del capital constante empleado que se invierte en medios de trabajo no transfiere al producto más que un fragmento de su valor, mientras que el resto persiste bajo la forma en que existía con anterioridad. Como esta parte no desempeña ningún papel en el proceso de creación de valor, prescindimos de ella. Nuestros cálculos no variarán en lo más mínimo por tomarla en consideración. Supongamos que c =
Sentado esto, volvemos a la fórmula C = c + v que, al transformarse en C’ = (c + v) + p, transforma a C en C’. Sabemos que el valor del capital constante se limita a reaparecer en el producto. Es decir, que el producto de valor que brota en el proceso como algo realmente nuevo se distingue del valor del producto conservado en ese proceso; por consiguiente, no es, como parece a primera vista, (c + v) + p o, lo que es lo mismo, (
Sabemos ya, en efecto que la plusvalía no es más que el resultado de los cambios de valor que se operan en v, es decir, en la parte del capital invertida en fuerza de trabajo; que, por tanto, v + p = v + A v (v más incremento de v ). Lo que ocurre es que los cambios reales de valor y la proporción en que el valor cambia aparecen oscurecidos por el hecho de que, al crecer la parte variable, crece también el capital total desembolsado. De 500 se convierte en 590. Para analizar el proceso en toda su pureza hay que prescindir, pues, de aquella parte del valor del producto en que el valor del capital constante se limita a reaparecer, cifrando por consiguiente en 0 el capital constante y aplicando así una ley matemática que consiste en operar con magnitudes variables y constantes, de tal modo que está sólo se relacionen con aquéllas por medio de una suma o de una sustracción.
Otra dificultad es la que oponen la forma primitiva del capital variable. Así, en nuestro ejemplo anterior, C’ =
A primera vista, parecerá extraño que cifremos el capital constante en 0. Y, sin embargo, está operación se está produciendo a cada paso, todos los días. Así, por ejemplo, si queremos calcular lo que gana Inglaterra, con la industria de algodón lo primero que tenemos que hacer es descontar el precio de algodón abonado por ella a los Estados Unidos, a
Cierto es que no sólo tiene una gran importancia económica la relación entre la plusvalía y la parte de capital de que brota directamente y cuyos cambios de valor expresa, sino también su relación con el capital total desembolsado. Por eso estudiamos detenidamente esta relación en el libro tercero de nuestra obra. Para valorizar una parte del capital invirtiéndola en fuerza de trabajo, no hay más remedio que invertir otra parte en medios de producción. Para que el capital variable funcione, tiene necesariamente que desembolsarse capital constante en las proporciones adecuadas, según el carácter técnico concreto del proceso de trabajo. Sin embargo, el hecho de que para operar un proceso químico hagan falta retortas y otros recipientes, no quiere decir que no podamos prescindir de estos recipientes en el análisis del proceso. Si se trata de estudiar la creación y los cambios de valor por sí mismos, es decir, en toda su pureza, los medios de producción, o sean, las formas materiales en que toma cuerpo el capital constante, se limitan a suministrarnos la materia en que se plasma la fuerza fluida, creadora de valor; por tanto, la naturaleza de esta materia, sea algodón o hierro, es indiferente. Asimismo es indiferente su valor. Basta con que exista en proporciones suficientes para poder absorber la cantidad de trabajo que ha de desplegarse durante el proceso de producción. Siempre y cuando que esas proporciones existan, su valor puede crecer o disminuir, o puede incluso carecer en absoluto de valor, como la tierra y el mar, sin que ello afecte para nada al proceso de creación del valor y de sus cambios.2
Teniendo en cuenta todo esto, comenzamos reduciendo a 0 el capital constante. De este modo, el capital desembolsado se reduce de c + v a v, y el valor del producto (c + v) + p al producto del valor (v + p). Suponiendo que el producto del valor sea =
En nuestro ejemplo anterior será, por tanto, de 90/90 = 100 por 100. Esta valorización proporcional del capital variable o esta magnitud proporcional de la plusvalía es la que yo llamo cuota de plusvalía.3
Veíamos más arriba que, durante una etapa del proceso de trabajo, el obrero se limita a producir el valor de su fuerza de trabajo, es decir, el valor de sus medios de subsistencia. Pero, como se desenvuelve en un régimen basado en la división social del trabajo, no produce sus medios de subsistencia directamente, sino en forma de una mercancía especial, hilo por ejemplo, es decir, en forma de un valor igual al valor de sus medios de subsistencia o al dinero con que los compra. La parte de la jornada de trabajo dedicada a esto será mayor o menor según el valor normal de sus medios diarios de subsistencia, o, lo que es lo mismo, según el tiempo de trabajo que necesite, un día con otro, para su producción. Si el valor de sus medios diarios de subsistencia viene a representar una media de 6 horas de trabajo materializadas, el obrero deberá trabajar un promedio de 6 horas diarias para producir ese valor. Si no trabajase para el capitalista sino para sí, como productor independiente, tendría forzosamente que trabajar, suponiendo que las demás condiciones no variasen, la misma parte alícuota de la jornada, por término medio, para, producir el valor de su fuerza de trabajo, y obteniendo con él los medios de subsistencia necesarios para su propia conservación y reproducción. Pero, como durante la parte de la jornada en que produce el valor diario de su fuerza de trabajo, digamos 3 chelines, no hace más que producir un equivalente del valor ya abonado a cambio de ella por el capitalista;4 como por tanto, al crear este nuevo valor, no hace más que reponer el valor del capital variable desembolsado, esta producción de valor presenta el carácter de una mera reproducción. La parte de la jornada de trabajo en que se opera esta reproducción es la que yo llamo tiempo de trabajo necesario, dando el nombre de trabajo necesario al desplegado durante ella.5 Necesario para el obrero, puesto que es independiente de la forma social de su trabajo. Y necesario para el capital y su mundo, que no podría existir sin la existencia constante del obrero.
La segunda etapa del proceso de trabajo, en que el obrero rebasa las fronteras del trabajo necesario, le cuesta, evidentemente, trabajo, supone fuerza de trabajo desplegada, pero no crea valor alguno para él. Crea la plusvalía, que sonríe al capitalista con todo el encanto de algo que brotase de la nada. Esta parte de la jornada de trabajo es la que yo llamo tiempo de trabajo excedente, dando el nombre de trabajo excedente (surplus labour) al trabajo desplegado en ella. Y, del mismo modo que para tener conciencia de lo que es el valor en general hay que concebirlo como una simple materialización de tiempo de trabajo, como trabajo materializado pura y simplemente, para tener conciencia de lo que es la plusvalía, se la ha de concebir como una simple materialización de tiempo de trabajo excedente, como trabajo excedente materializado pura y simplemente. Lo único que distingue unos de otros los tipos económicos de sociedad, v. gr. la sociedad de la esclavitud de la del trabajo asalariado, es la forma en que este trabajo excedente le es arrancado al productor inmediato, al obrero.6
Como el valor del capital variable = al valor de la fuerza de trabajo comprada por él, y el valor de ésta determina la parte necesaria de la jornada de trabajo, y a su vez la plusvalía está determinada por la parte restante de esta jornada de trabajo, resulta que la plusvalía guarda con el capital variable la misma relación que el trabajo excedente con el trabajo necesario, por donde la cuota de plusvalía,
p | | Trabajo excedente |
_________ | = | –––––––––––––––––––– |
V | | Trabajo necesario |
Ambas razones expresan la misma relación, aunque en distinta forma: la primera en forma de trabajo materializado, la segunda en forma de trabajo fluido.
La cuota de plusvalía es, por tanto, la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital o del obrero por el capitalista .7
En nuestro ejemplo, el valor del producto era = (
| p | | p | | p |
es = | ––– | o | ––––– | sino = | ––– |
| c | | c + v | | v |
no es, por tanto 90/500, sino 90/90, o sea del 100 por 100, es decir, más del quíntuplo del grado aparente de explotación. Así, pues, aunque no conozcamos, en el caso concreto, la duración absoluta de la jornada de trabajo, ni el periodo del proceso de trabajo (días, semanas, etc.), ni conozcamos tampoco, finalmente, el número de obreros que el capital variable de
trabajo excedente |
–––––––––––––––––– |
trabajo necesario |
la proporción que media entre las dos partes integrantes de la jornada de trabajo. Esta proporción es del 100 por 100. Es decir, que el obrero trabaja la mitad de la jornada para sí y la otra mitad para el capitalista.
El método para calcular la cuota de plusvalía es, pues, concisamente expuesto, éste: se toma el valor total del producto y se reduce a cero el valor del capital constante, que no hace más que reaparecer en él. La suma de valor restante es el único producto de valor realmente creado en el proceso de producción de la mercancía. Fijada la plusvalía, la deducimos de este producto de valor para encontrar el capital variable. Si conociendo éste, deseamos fijar la plusvalía, se procede a la inversa. Encontrados ambos factores, no queda más que la operación final: calcular la relación entre la plusvalía y el capital variable, p / v
A pesar de lo sencillo que es este método, creemos conveniente ilustrar al lector con algunos ejemplos acerca de las ideas que le sirven de base, ideas desacostumbradas para él.
Sea el primer ejemplo el de una hilandería de 10,000 husos “Mule”, que produzcan hilo núm. 32 con algodón americano, fabricando una libra de hilo a la semana en cada huso. Supongamos que el desperdicio sea el 6 por 100. Según esto, al cabo de la semana se convertirán
Jacob establece, para el año 1815, señalando al trigo un precio de 80 chelines el quarter y una cosecha media de 22 bushels por acre, lo que representa un rendimiento de
Producción de valor por acre | |||||
Simiente de trigo | | 9 chel. | Diezmos, plazos, tasas | | 1 chel. |
Abono | | 10 chel. | Renta | | 8 chel. |
Salarios | | 10 chel. | Ganancia del arrendatario e intereses | | 2 chel. |
Total | | 29 chel. | Total | | 11 chel. |
Aquí, la plusvalía, siempre partiendo de la premisa de que el precio del producto == su valor, aparece distribuida entre distintas rúbricas: ganancia, intereses, diezmos, etc. Para nosotros, estas rúbricas son indiferentes. Sumándolas, obtenemos una plusvalía de
Por tanto, –– = representa más del 100 por 100. Es decir, que el obrero
Invierte más de la mitad de su jornada de trabajo en producir una plusvalía que varias personas se reparten luego con diversos pretextos.9
2. Examen del valor del producto en las partes proporcionales de éste
Volvamos al ejemplo a la luz del cual veíamos cómo se las arregla el capitalista para convertir el dinero en capital. El trabajo necesario de su hilandero representaba 6 horas, el trabajo excedente otras 6; el grado de explotación de la fuerza de trabajo era, por tanto, del 100 por ciento.
El producto de esta jornada de trabajo de doce horas Son
Valor del hilo, 30 chelines = 24 chelines (c) + 3 chelines (v) + 3 chelines (p)
Como este valor global aparece materializado en el producto global de las
Sí en
Es decir, que si examinamos el producto global de
Y otro tanto acontece con las otras 22/3 libras de hilado en que se contiene el resto del capital constante (= 4 chelines) : no encierran ni un centavo de valor, fuera del de los instrumentos de trabajo y materias auxiliares consumidos en el producto global de las
Por tanto, ocho décimas partes del producto, o sean,
En efecto, cuando el capitalista las vende por 24 chelines con los que vuelve a comprar sus medios de producción, se demuestra que las
En cambio, los 2/10 restantes del producto, o sean
De estas
Y sí las 12 horas de trabajo del hilandero se materializan en 6 chelines, en el valor de 30 chelines de hilado se materializarán 60 horas de trabajo. Estas se traducen en
Antes, veíamos que el valor del hilado era igual a la suma del valor nuevo arrojado por su producción y de los valores preexistentes en los medios empleados para ésta. Ahora, se nos revela cómo pueden analizarse como partes proporcionales del producto mismo las partes integrantes de su valor, entre las que cabe establecer una diferencia funcional o de concepto.
Este desdoblamiento del producto –o sea, del resultado del proceso de producción– en una cantidad de producto que se limita a materializar el trabajo contenido en los medios de producción o parte constante del capital, otra cantidad que no hace más que representar el trabajo necesario incorporado al proceso de producción, o capital variable, y por fin, una cantidad en la que se condensa el trabajo excedente añadido en el mismo proceso, o sea la plusvalía, es algo tan sencillo como importante, según hemos de ver cuando lo apliquemos a toda una serie de problemas complicados y que están aún sin resolver.
Hace un momento, veíamos en el producto total el fruto definitivo de una jornada de trabajo de doce horas. Mas, podemos también remontarnos a su proceso de origen, sin perjuicio estudiar los productos parciales como partes funcionalmente distintas del producto.
El hilandero produce en doce horas
Una buena mañana del año 1836, Nassau W. Senior, afanado por su ciencia económica y su brillante estilo, y que era algo así como el Clauren de los economistas ingleses, fue llamado de Oxford a Manchester, para aprender aquí Economía Política en vez de enseñarla en su colegio. Los fabricantes le contrataron para guerrear contra el Factory Act, que acababa de decretarse y contra la campaña de agitación, más ambiciosa todavía, de las diez horas. Con su habitual agudeza práctica, los patronos comprendieron que el señor profesor “wanted a good deal of finishing” (42) y le trajeron a Manchester para afinarle. Por su parte, el señor profesor estilizó la lección aprendida de los patronos manchesterianos en un folleto con este titulo: Letters on the Factory Act, as it affets the cotton manufacture. Londres, 1837.
En este folleto, podemos leer, entre otras cosas, las siguientes edificantes líneas.
“Bajo el imperio de la ley actual, ninguna fábrica que emplee obreros menores de 18 años puede trabajar más de 11 1/2 horas al día, o sean 12 horas durante los primeros 5 días de la semana, y 9 el sábado. El siguiente análisis (!) demuestra que en tales fábricas la ganancia neta se deriva toda ella de la hora final. Un fabricante desembolsa
¡Y a esto le llama “análisis” el señor profesor! Sí compartía la queja patronal de que el obrero disipa la mejor parte de la jornada en la producción, y por tanto en la reproducción o reposición del valor de los edificios, máquinas, algodón, combustible, etc., holgaba todo análisis. Le bastaba con contestar: Señores, si obligáis a trabajar 10 horas en vez de 111/2, el consumo diario de algodón, maquinaria, etc., descenderá en hora y media, y, suponiendo que todas las demás circunstancias no varíen, ganaréis por un lado lo que perdéis por otro, En lo sucesivo, vuestros obreros trabajarán hora y media menos al día para reproducir o reponer el valor del capital desembolsado. Y si no se fiaba de sus palabras y se creía obligado, como técnico, a entrar en un análisis, lo primero que tenía que hacer, ante un problema cómo éste, que gira todo él en torno a la relación o proporción entre la ganancia neta y la duración de la jornada de trabajo, era
rogar a los señores fabricantes que no involucrasen en abigarrada mescolanza maquinaria y edificios, materias primas y trabajo, sino que se dignasen poner en partidas distintas el capital constante invertido en edificios, maquinaria, materias primas, etc., de una parte, y de otra el capital desembolsado para pago de salarios. Y si, hecho esto, resultaba acaso que, según el cálculo patronal, el obrero reproducía o reponía en 2 /2 horas de trabajo, o sea en una hora, lo invertido en su salario, nuestro hombre podía proseguir su análisis en los siguientes términos:
Según vuestros cálculos, el obrero produce en la penúltima hora su salario y en la última vuestra plusvalía o la ganancia neta. Como en cantidades de tiempo iguales se producen valores iguales, el producto de la hora penúltima encierra el mismo valor que el de la final. Además, el obrero sólo produce valor en cuanto invierte trabajo, y la cantidad de éste se mide por el tiempo que trabaja. Este es, según nuestros cálculos, de 11 1/2 horas al día. Una parte de estas 11 ½ horas la invierte en producir o reponer su salario, otra parte en producir vuestra ganancia neta. A eso se reduce su jornada de trabajo. Pero como, según los cálculos de que partimos, su salario y la plusvalía por él creada, son valores iguales, es evidente que el obrero produce su salario en 5 3/4 horas, y en otras tantas vuestra plusvalía. Además, como el valor del hilado producido en dos horas es igual a la suma de valor de su salario y de vuestra ganancia neta, este valor del hilado tiene forzosamente que medirse por 11 1/2 horas de trabajo, el producto de la hora penúltima por 5 3/4 horas y el de la última por otras tantas. Aquí, llegamos a un punto un tanto peligroso. ¡Ojo avisor! La penúltima hora de trabajo es una hora de trabajo normal y corriente, como la primera. Ni plus ni moins. (43) ¿Cómo, entonces, puede el hilandero producir en una hora de trabajo un valor en hilo que representa 5 3/4 horas de la jornada? No hay tal milagro. El valor de uso que produce el obrero durante una hora de trabajo es una determinada cantidad de hilo. El valor de este hilo tiene su medida en 5 3/4 horas de trabajo, de las cuales 4 3/4 se encierran, sin que él tenga arte ni parte en ello, en los medios de producción consumidos hora por hora, en el algodón, la maquinaria, etc., el resto 4/4 o sea una hora, es lo que él mismo añade. Por tanto, como su salario se produce en 5 3/4 horas y el hilo producido durante una hora de hilado encierra asimismo 5 3/4 horas de trabajo, no es ninguna brujería que el producto de valor de sus 5 3/4 horas de hilado sea igual al producto de valor de una hora de hilatura. Pero, sí creéis que el obrero pierde un solo átomo de tiempo de su jornada de trabajo con la reproducción “reposición” de los valores del algodón, la maquinaria, etc., os equivocáis de medio a medio. El valor del algodón y de los husos pasa automáticamente al hilo por el mero hecho de que el trabajo del obrero convierte en hilo los usos y el algodón, por el mero hecho de hilar. Este fenómeno radica en la calidad de ese trabajo, no en su cantidad. Claro está que en una hora transferirá al hilo más valor de algodón, etc., que en media hora, pero es sencillamente porque en una hora el obrero hila más algodón que en media. Os daréis, pues, cuenta de que cuando decís que en la hora penúltima de la jornada el obrero produce el valor de su salario y en la hora final la ganancia neta, lo que queréis decir es que en el producto–hilo de dos horas de su jornada de trabajo se materializan lo mismo si están al comienzo que sí están al final, 11 1/2 horas de trabajo, exactamente las mismas que componen su jornada entera. Y cuando decís que durante las primeras 5 3/4 horas el obrero produce su salario y durante las 5 3/4 horas finales produce vuestra ganancia neta, no queréis decir más que una cosa, a saber: que sólo le pagáis las 5 3/4 horas primeras, dejándole a deber las restantes. Y hablo de pagar el trabajo y no la fuerza de trabajo, para hacerme comprender de vosotros. Comparad, señores míos, la proporción entre el tiempo de trabajo que pagáis y el que no pagáis, y veréis que esa proporción es de media y media jornada de trabajo, o sea del 100 por 100, lo que representa un porcentaje bastante lucido. Y no ofrece tampoco ni la más leve duda que sí arrancáis a vuestros obreros 13 horas al día en vez de 11 y media, lo que en vosotros no es por cierto ninguna fantasía, esta hora y media mas va a aumentar la plusvalía arrojada, haciendo que ésta sea de 7 1/4 horas en vez de cinco horas y 3/4 y aumentando la cuota de plusvalía del 100 por 100 al 126 2/23 por 100. Seríais demasiado osados si creyérais que, por añadir hora y media a la jornada de trabajo, la cuota de plusvalía va a subir del 100 al 200 por 100 y aún más, “más que a duplicarse”. Y, por el contrario –el corazón humano es algo misterioso, sobre todo cuando ese corazón reside en la bolsa– pecáis de excesivamente pesimistas si teméis que, por reducir la jornada de trabajo de 11 horas y media a 10 horas y media, va a malograrse toda vuestra ganancia. Nada de eso. Si todas las demás circunstancias permanecen invariables, la plusvalía no hará más que bajar de 5 ¾ a 4 3/4 horas, lo que supone todavía, por cierto, una cuota de plusvalía bastante aceptable: el 82 14/23 por 100. En el fondo de esa fatal “hora final” en torno a la que habéis tejido más fábulas que los quiliastas en torno al fin del mundo, no hay mas que charlatanería. Su pérdida no os costará la “ganancia neta”, por la que tanto clamáis, ni costará a los niños de ambos sexos explotados por vosotros su “pureza de alma”.11
Cuando real y verdaderamente llegue vuestra “horita final”, pensad en el profesor de Oxford. Y ahora, hasta la vista y ojalá que tengamos el gusto de volver a encontrarnos en un mundo mejor.12 El 15 de abril de 1848 James Wilson, uno de los grandes mandarines de la economía volvía a lanzar, polemizando contra la ley de la jornada de diez horas desde las columnas del London Economist, el trompetazo de la “hora final” descubierta por Senior en 1836.
4. El producto excedente
La parte del producto (1/10 de
La suma del trabajo necesario y del trabajo excedente, del espacio de tiempo en que el obrero repone el valor de su fuerza de trabajo y aquel en que produce la plusvalía, forma la magnitud absoluta de su tiempo de trabajo, o sea la jornada de trabajo (working day).
Notas al pie del capítulo VII
1. “ Si calculamos el valor del capital fijo invertido como una parte del capital desembolsado, al final del año tendremos que calcular el remanente de valor de este capital como una parte de la renta anual”. (Malthus, Principles of Political Economy, 2° ed. Londres, 1836, p. 269.)
2 Nota a la 2° ed. De suyo se comprende que, como decía Lucrecio, nil posse creari de nihilo. De la nada no sale nada, “crear valor” es convertir en trabajo la fuerza de trabajo. A su vez, la fuerza de trabajo no es, sobre todo, más que un, conjunto de materias naturales plasmadas en forma de organismo humano.
3 En el mismo sentido en que los ingleses hablan de “rate of profits”, “rate of ínterest”, etc. Por el libro III, se verá que la cuota de ganancia es de fácil inteligencia, tan pronto como se conocen las leyes de la plusvalía. Siguiendo el camino inverso, no se comprende ni l’ un ni l’ autre, (ni lo uno ni lo otro).
4 Nota a la 3° ed. El autor se sirve aquí de la terminología económica corriente, Recuérdese que en la p. 136 quedó demostrado que, en realidad, no era el capitalista el que “adelantaba al obrero”, sino éste al capitalista– F. E.
5 Hasta aquí, en esta obra la frase de "tiempo de trabajo necesario” se ha empleado siempre para designar el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de una mercancía en general. A partir de ahora, la empleamos también para indicar el tiempo de trabajo necesario para la producción de la mercancía específica fuerza de trabajo. El empleo de los mismos términos técnicos con sentidos diferentes es deplorable, pero imposible de evitar en absoluto. No hay más que comparar, por ejemplo, las matemáticas superiores y las elementales.
6 Con una genialidad verdaderamente gottschediana el señor Wilhelm Thukydides Roscher descubre que, sí hoy día la creación de plusvalía o de producto excedente, y la consiguiente acumulación, se debe al ahorro del capitalista, quien a cambio de ello “exige, por ejemplo, sus intereses”, “en las fases más bajas de cultura los más débiles son obligados a ahorrar por los más fuertes”. (Die Grundlagen, etc., p. 78.) ¿Ahorrar trabajo, o ahorrar productos sobrantes que no existen? No es sólo su ignorancia real, sino también su miedo apologético a analizar concienzudamente el valor y la plusvalía y a atentar acaso contra las ordenanzas policíacas, lo que lleva a Roscher y consortes a convertir las razones justificativas más o menos plausibles que da el capitalista de su apropiación de la plusvalía existente en las causas de que nace la plusvalía.
7 Nota a la 2° ed. Aunque expresión exacta del grado de explotación de la fuerza del trabajo, la cuota de plusvalía no expresa la magnitud absoluta de la explotación. Así por ejemplo, si el trabajo necesario es = 5 horas y el trabajo excedente = 5 horas, el grado de explotación será de 100 por 100. Aquí, la magnitud de la explotación se mide por 5 horas. Pero, sí el trabajo necesario es = 6 horas y el plustrabajo = 6, el grado de explotación de 100 por 100 no habrá variado, a pesar de lo cual la magnitud de la explotación será un 20 por 100 mayor; 6 horas en vez de 5.
8 Nota a la 2° ed. El ejemplo de una hilandería del año 1860, que poníamos en la primera edición, contenía algunos errores de hecho. Los datos absolutamente precisos que se recogen en el texto nos fueron facilitados por un fabricante de Manchester. Adviértase que en Inglaterra los caballos de fuerza antiguos se calculaban por el diámetro del cilindro, mientras que los nuevos se calculan según la fuerza real marcada por el contador.
9 Los cálculos aducidos sirven sólo de ilustración. Se parte, en efecto, de la premisa de que los precios son iguales a los valores. En el libro III veremos que esta equiparación no se opera, ni aun respecto a los precios medios, de un modo tan sencillo.
10 Senior, obra cit., pp. 12 y 13. No entraremos a examinar ciertos detalles curiosos indiferentes para nuestro objeto, por ejemplo la afirmación de que los fabricantes calculan entre las ganancias brutas o netas, sucias o limpias, la reposición de la maquinaria desgastada, etc.; es decir, una parte integrante del capital. Ni la exactitud o falsedad de las cifras que da este autor. Que estas cifras no valen más que su llamado “análisis” lo han demostrado Leonhard Horner en A letter to Mr. Senior, etc., Londres, 1837. Leonhard Horner, uno de los Factory Inquiry Commissioners de 1833 e inspector de fábrica –en realidad, censor de fábrica– hasta
Adición a la nota anterior. La exposición de Senior es confusa, aun prescindiendo de la falsedad de su contenido. Lo que él realmente quería decir, era esto: El fabricante utiliza al obrero 11 1/2 o 23/2 horas diarias. El trabajo del año se compone, como la jornada suelta de trabajo, de 11 1/2 o 23/2 horas (multiplicadas por el número de días de trabajo que tiene el año). Partiendo de este supuesto, las 23/2 horas de trabajo arrojan un producto anual de
11 Si Senior prueba que “de la última hora de trabajo” dependen la ganancia neta del fabricante, la existencia de la industria algodonera inglesa y la prepotencia de Inglaterra en el mercado mundial, el Dr. Andrew Ure prueba, a su vez, que los niños y jóvenes menores de 18 años empleados en las fábricas a quienes no se retiene las 12 horas enteras en la cálida y pura atmósfera del taller, lanzándolos “una hora” antes al frío y frívolo mundo exterior, ven peligrar la salud de su alma, presa de la holgazanería y del vicio. Desde 1848, los inspectores de fábricas no se cansan de tentar a los fabricantes, en sus “reports” semestrales, con la “hora última”, con la “hora fatal” He aquí, por ejemplo, lo que dice Mr. Howell, en su informe fabril de 31 de mayo de 1855: “Si el siguiente agudo cálculo (citando a Senior), fuese exacto, no habría en el Reino Unido, desde 1850, una sola fábrica que no hubiese trabajado con pérdidas.” (Reports of the Insp. of Fact, for the half year ending 30th April 1855, pp. 19‑20.) Al aprobarse por el parlamento, en 1848, la ley de las diez horas, los fabricantes accedieron, de buen grado, a una petición formulada por los obreros normales de las hilanderías rurales de lino dispersas entre los condados de Dorset y Somerset, en la que se decía, entre otras cosas: “Vuestros peticionarios, padres de familia, creen que una hora más de descanso no conduciría a más resultado que a la demoraliación de sus hijos, pues el ocio es el origen de todos los vicios.” A propósito de esto, observa el informe fabril de 31 de octubre de 1848: “La atmósfera de las hilanderías de lino en que trabajan los hijos de estos padres tan sentimentalmente virtuosos está cargada de partículas tan innumerables de polvo y de hebra, que resulta desagradabilísimo permanecer diez minutos en aquellos locales, pues los ojos, los oídos, las narices y la boca se os tupen inmediatamente de borra, sin que haya manera de defenderse de ello. En cuanto al trabajo, éste requiere, por la velocidad febril con que funciona la maquinaria, un derroche incansable de pericia y de movimientos, vigilados por una atención que no puede decaer ni un momento, y nos parece algo duro que los padres puedan llamar “haraganes” a sus propios hijos, encadenados 10 horas enteras, si descontamos lo que invierten en comer, a este trabajo y a esta atmósfera . . Estos muchachos trabajan más que los gañanes de las aldeas vecinas ... Hay que anatematizar como el más puro cant y la hipocresía más desvergonzada esos tópicos crueles de “ocio y vicio...” Aquella parte del público que hace unos doce años se sublevaba viendo el aplomo con que se proclamaba, en público y con toda la seriedad del mundo, bajo la sanción de una alta autoridad, que toda la “ganancia neta” del fabricante provenía de la “hora final” y que, por tanto, al reducir la jornada de trabajo en una hora equivaldría a destruir la ganancia neta: aquella parte del público, decimos, no dará crédito a sus ojos cuando vea que, desde entonces, aquel original descubrimiento acerca de las virtudes de la “hora final” ha hecho tantos progresos, que auna ya los conceptos de “moral” y “ganancia”, puesto que, por lo visto, el limitar a 10 horas completas la jornada de trabajo infantil es tan atentatorio para la moral del niño como para la ganancia neta de sus patronos, por depender ambos de esta última fatal.” (“Rep. of Insp. of Fact. 31st Oct.
12 Sin embargo, algo había aprendido el señor profesor en su excursión manchesteriana. En las Letters on the Factory Act, toda la ganancia neta, el “beneficio”, el “interés”, y hasta “something rnore” ¡dependen de una hora de trabajo no retribuido del obrero! Un año antes, en sus Outlines of Political Econorny, obra compuesta a la mayor honra y gloria de los estudiantes de Oxford y de los filisteos instruidos, Senior, refutando la teoría ricardiana de la determinación de valor por el tiempo de trabajo, “descubría” que el beneficio provenía del trabajo del capitalista y el interés de su ascetismo, de su “abstención” . Aunque la patraña era vieja, la palabra encerraba cierta novedad. El señor Roscher la germanizó acertadamente por “Enthaltung” [abstención]. Pero sus compatriotas, los Wirts, los Schulzes y demás Miquels, menos versados en latín, le dieron cierto aire monacal, traduciéndola por “abstinencia”
13 “Para un individuo dotado de un capital de
Adición a la nota anterior. Es curiosa “la marcada propensión a presentar la riqueza sobrante (net wealth) como algo ventajoso para la clase trabajadora, toda vez que le brinda posibilidades de trabajo. Pero, aun cuando así sea, es evidente que no presta ese servicio por el hecho de ser sobrante”. (Th. Hopkíns, On Rent of Land, etc. Londres, 1828, p. 126.)